25/09/2023
 Actualizado a 25/09/2023
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Por fin sabemos para qué sirve el Congreso de los diputados. Es el limbo, al que llegan los políticos privilegiados una vez vencida su etapa de lucha por conseguir la eternidad. Allí, seguros ya, desata cada cual sus ansias personales, unos las de haber conseguido un salario ya eternal, otros las de darle en las narices a todo aquel que se negó a creer en él, y los más, dando las últimas brazadas en el proceloso mar de la supervivencia, en el que tantas veces estuvieron a punto de desfallecer.

Pero en algo hay que entretener la espera. Y ahora ha tocado divertirse hablando en varios idiomas a la vez. Lejos la inflación galopante, la deuda externa extrema, la falta de trabajo estable, la despoblación, la violencia de los hombres, los peligros de la inteligencia artificial, la deficiente atención médica, la desesperante subida del aceite… Lejos de ellos el mundo real. Ahora lo que toca es construir una nueva torre de babel un lugar de recurrir a las soluciones que nos brinda la experiencia, como la ‘lingua franca’ que sirvió a los cautivos para entenderse en aquel Argel cuando Cervantes.

Dice nuestro Luis Mateo que «el limbo es una creación religiosa, como una sala de espera para llegar al cielo». Como una sala de cine de sesión continua, por cuya pantalla desfilan los problemas reales en imágenes manipuladas por un genio superior y que, a la imagen siguiente, se evaporan. En el primer capítulo de su reciente ‘El limbo de los cines’ escribe «Hay películas en las que da verdadera grima». Y algo así parece haber sido la del otro día, en el Congreso, escuchando a unos y a otros hablando en catalán, en vasco y en gallego, no por citar alguna sentencia original, sino por demostrar (¿a quién?) que ellos son iguales o mejores que nadie. Lo cual nadie dudaba.

Hablar todos los idiomas sería como utilizar todos los platos que hay en el vasar aunque sean ciento cada vez que se come aunque seamos cuatro. Si es posible desayunar las sopas de ajo directamente todos de la misma cazuela ¿para qué manchar no sé cuantas más, aunque sean de baroo? Es que este idioma es el mío. Claro, pero no es más que un idioma. Los problemas, y qué problemas, son otros. Pero el mío es más bonito, y «es milenario». Pero el otro es más universal, y cuesta menos manejarlo. 

A no ser que los que verdaderamente vivimos en el limbo seamos loa votantes. «El limbo es donde sobrevivo como espectador» escribe nuestro Luis Mateo, y, a ver quien le lleva la contraria.

 

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