31/01/2019
 Actualizado a 07/09/2019
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Los libros, un libro, no sé cuál, es el culpable de lo que he sido y de lo que soy. No sé cuándo fue la primera vez. Era en un pueblo de montaña, donde la lectura no estaba entre las prioridades de la gente, lo cuál hacía difícil transitar por ese camino, Supongo que uno, cuando nace, tiene una serie de condicionantes genéticos con los que ha de cargar durante toda la vida. A mí me nacieron con una deficiencia total para inventar historias y eso me obligó a vivir las inventadas por otros ya enterrarme en las páginas de los libros que me abrían senderos infinitos en el laberinto de la literatura clásica y moderna.

Conozco a quién presume de estar entrando en esa edad tercera en la que todo transita en una cuenta atrás constante, sin haber leído nunca un libro, cualquier libro. Y me produce total desasosiego pensar cómo ello pudiera haberme sucedido a mi. Estaría vacío.

Hoy las cosas han cambiado, es fácil acceder en casi todos los territorios de nuestro entorno a los libros, impresos en papel o mágicamente ocultos en dispositivos digitales.

¿Cómo resistirse al aroma embriagador que desprenden las hojas de un libro nuevo, como no palpar con las yemas de los dedos los recuerdos dejados en esas páginas por quienes sobaron esas hojas antes que tú?

Un libro solo puede hacerte daño si no lo abres, si no te atreves a sumergirte en sus páginas y avanzar por los ríos negros que impresionan el papel. Incluso cuándo el libro pudiera ser pésimo te trasmite información y te grita: déjame y acoge en tus manos otro libro diferente, solo hay que saber escuchar. Por eso hoy, en la era de lo digital y la nube que todo lo aprisiona, me asombra que la figura mítica del bibliobús tenga cabida en nuestras vidas, en nuestros pueblos, en y con nuestras gentes. Pudiera parecer anacrónica su existencia pero los datos nos muestran una realidad innegable. Solo en el pasado año, en nuestra provincia, más de ciento treinta mil habitantes de más de cuatrocientos pueblos han hecho más de ciento cuarenta milpréstamos. Larga vida al BIBLIOBÚS.
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