08/10/2016
 Actualizado a 14/09/2019
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Coincidiendo con la festividad de San Froilán, llego desde Extremadura a visitar a la familia y a los amigos. Quienes no me conozcan pueden pensar que lo de la familia y los amigos es la clásica excusa del leonés asentado en otra región que regresa atraído por el slogan que repite, como buen vendedor político, el alcalde Silván. Yo sospecho que lo que busca nuestro edil está lejos de lo que parece desprenderse del titular del artículo, es decir, que puede que le importe más la cantidad que la calidad, más la avalancha y el disparate que el encanto que desprenden los rincones y monumentos leoneses. Y me atrevo a afirmar esto porque asisto con asombro a la marabunta que recorre las calles de nuestro casco antiguo con la intención de hacer suya la susodicha frase que no duda en repetir don Antonio, ‘León está de moda’.

Yo mismo he animado siempre a mis amigos extremeños a acercarse a León, y más de una vez los he acompañado desde Badajoz con la intención de disfrutar con ellos del ambiente festivo que a diario puede encontrarse por nuestras calles: les mostré, ufano, cada uno de los edificios emblemáticos de nuestra ciudad y las zonas de bares y sus alrededores, convencido de que nunca iban a encontrar nada parecido en cualquier región de nuestro país. Y así, sucedía que ellos regresaban entusiasmados a Extremadura y repartían entre sus conocidos esa envalentonada publicidad de nuestro mandamás municipal, bien es verdad que matizada por algún revés: el de pagar la entrada para visitar nuestra Pulchra (detalle insignificante, por otra parte), pero, sobre todo, por la marabunta desatada en todo el casco antiguo de nuestra ciudad a costa de las ‘despedidas de soltero/a’, un ‘espectáculo’ que ha incentivado de forma sibilina el consistorio bajo la excusa de que lo que importa es la bonanza económica que se desprende del asunto, es decir, el resultado positivo que han de mostrar las cajas de los bares y restaurantes de la ciudad, los del Casco Antiguo, claro está, que es donde se desarrollan los ‘combates’ (no sé si las de las pensiones y hoteles de la ciudad, porque imagino que a los jóvenes advenedizos les habrá bastado para disipar su euforia con el respaldo de cualquier banco de la estación cuando esperan de vuelta al AVE o, a los más aventurados, los asientos traseros del coche, incluso los delanteros, para mitigar el exceso de la noche).

A eso, imagino, se refiere nuestro alcalde cuando incentiva con un ‘dejarlo estar’ a las charangas que pululan por las calles del casco antiguo, apropiándose de alguna manera de la tradicional y entrañable fiesta de San Froilán con golpes de decibelios (trompeta, clarinete y, sobre todo, tambor incansable) que intimidan a los niños y atosigan sin remisión a los más condescendientes con ritmos futboleros o con la melodía entrañable del Festival de Eurovisión.

Será que me voy haciendo mayor, pero al pasar junto a mí uno de esos grupos (el ‘novio’ exhibía una minifalda escandalosa y unas tetas postizas exageradas que palpaban, teatreros, sus acompañantes, cada cual vestido de parecida guisa y, al parecer, a punto de caer de bruces con el cubata en la mano) sentí que resultaba descabellado lo de ‘León está de moda’. Por la calle que desemboca en la catedral, desde la Plaza Mayor, llegaba la novia vestida de etiqueta, con un bombín y un pantalón corto que desfiguraba su cercano propósito. Tropecé, a la vuelta de la esquina (Calle de la sal, calle de los treinta pasos, ni uno menos ni uno más), con otro grupo de parecida índole que me ofreció sus encantos rodeándome e invitándome a bailar allí, junto a la Taberna Bar El Cuervo, en cuyo interior sonaban dulces acordes de gaitas y dulzainas, aunque ya me encontraba tan exhausto por el chunda chunda del bombo, que eché en cuenta la propuesta que me había hecho unas horas antes Marta, la coordinadora del XXXIII Festival Internacional de Órgano Catedral de León, Festival que, todo hay que decirlo, patrocinan nuestro Consistorio y la Junta de Castilla y León: me invitaba a disfrutar del fabuloso órgano de la catedral con obras de Messiaen, Bruna y Beethoven interpretadas por Giampaolo di Rosa. Un lujo: no sé si el alcalde meterá en el mismo saco a unos y a otros, a los organistas y a los bomberos-toreros. Si es así, podría suceder que, tal como ha descubierto el premio nobel de Medicina, Yoshinori Ohsumi, con su descubrimiento de la autofagia (las células buenas se comen a las malas: «Un muerto inacabable nos devora / que abre feliz autófogas sus fauces», escribía el poeta José Ángel Valente), ha de llegar el día, decía, en que en el batiburrillo que se forma por nuestras calles, las células culturales se zampen a las pachangueras.

Y que nadie me venga ahora diciendo que me las doy de estupendo a costa de los reconocidos organistas y del XXXIII Festival de órgano de la catedral y de la autofagia del Nobel y de los versos de Valente, porque yo también he bailado, cuando fue menester, al ritmo de Juanito (o Paquito, no sé) el chocolatero, pero la tabarra que dan los componentes callejeros de ‘León está de moda’ sacan de quicio al más condescendiente. Y en los días de San Froilán «no es menester», pese a la algarabía festiva, dejar la dirección en manos del bullicio atronador –con trompetas y bombo, sí, y lema futbolero del Oeee, Oe, Oe Oeee, Oeeee, Oeeeeee–. En definitiva, que no estaría mal que, si no el alcalde, alguno de sus concejales tuviese en cuenta esta modesta advertencia, más que nada por vivir en paz los fines de semana y los días festivos, aunque ello suponga volver a las andadas de nuestro ‘Rincón por rincón… León’.
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