04/11/2021
 Actualizado a 04/11/2021
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Hace no mucho tiempo que prensa menos seria que la que tienes en las manos informó de un ‘pseudoestudio’ que aseguraba que un leonés se parece «más a un africano que a un castellano». Vamos que tú, vecino de Sahagún, te tiras más aire a un bosquimano de Namibia que al paisano de Mayorga con el que vas a cosechar. O que tú, señora de Puente Almuhey, tienes primos en Maputo por mucho que compres las bragas en el mercado de Guardo.

La competición por ver quién la tiene más larga en la que se ha convertido el leonesismo lleva a que, con frecuencia, haya que comulgar con ruedas de molino. Y es que por mucho que comparta región con un zamorano o un salmantino, alguien de Villablino se encuentra infinitamente más próximo a un asturiano desde el punto de vista geográfico, fisonómico, cultural o desde el que se quiera mirar. Del mismo modo, casi se puede afirmar que el berciano es hermano siamés del gallego. Pintarrajear fronteras, ya sea en mapas o en sentimientos, siempre ha sido una tarea estéril, pero trazarlas delimitando razas de forma artificial sobrepasa el límite de lo absurdo.

Al final, ¿qué es una raza? ¿Dónde empiezan y terminan? ¿Existen siquiera? De tener respuestas, estas preguntas solo se pueden resolver desde uno mismo. Es decir, con un compás y dibujando circunferencias a partir de una casa, una experiencia o una forma de vida. De un diámetro de un par de centímetros, de 10, 20 o 50 kilómetros o de todo el Universo conocido… allá cada cual con sus razones, banderas y aperturas de mente.

No sé si me hace menos leonés, pero desde luego que me dolió más ver cómo la dinamita arrasaba hace unos días la térmica de Velilla del Río Carrión que cuando meses atrás lo hizo con la de Anllares. Básicamente por el mazazo que supone para ese paisanaje que resiste a 10, 20 o 50 kilómetros de mi egocentrismo. Tan cierto es que lo de cerca le toca a uno más, como que solo se puede aspirar a lo universal con plena conciencia de lo local.

Escribía Félix Pacho, primer director del papá de la prensa seria que tienes en las manos, que «en el principio era la comarca». Cada comienzo de noviembre enseña que la comarca también es un poco en el final. Solo así se entiende la paradoja de que los cementerios se llenen de vivos. De lágrimas de carbón, de trigo o de asfalto que tienen en la raza su única frontera.
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