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La gran tensión global: ¿y la gente?

17/04/2023
 Actualizado a 17/04/2023
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Las tensiones mundiales, bastante desbocadas, no parece que tengan en cuenta la vida de la gente. Hay un momento en el que la política se desengancha de la realidad real y se afana en los trabajos que tienen que ver, casi exclusivamente, con el mantenimiento del poder. He aquí cuando la política se hace esquiva y probablemente inútil. Cuando deja de servir a los intereses de las personas y se enroca en los juegos de los equilibrios mundiales, en los grandes asuntos que conciernen a los líderes, demasiado ocupados en su grandeza, en su permanencia, en su reconocimiento.

La guerra ha desnudado esta distancia entre la vida real y lo que podríamos llamar ‘vida geoestratégica’. En medio de este laberinto de pasiones de poder, con los nuevos autoritarismos y el surgimiento de nuevos autócratas, el verdadero objeto de la política, que es la felicidad de la gente, ha devenido en un escenario incómodo, antipático, polarizado, que enfanga la vida cotidiana, que la destruye, pero a muchos no parece que eso les importe demasiado.

Salvo en Francia, no se han desatado graves revueltas sociales, y ello a pesar de las muchas cosas que la población tendría que reivindicar. El aumento exponencial de la pobreza, la defensa a ultranza del sistema de salud, el cambio climático y la destrucción de la naturaleza, que incluye la escasez de agua que ya nos alcanza, son asuntos que ahora mismo hay que tratar.

Lamentablemente, la política tiende cada vez más a alimentarse de su propio relato, de sus propios eslóganes, a convertirse en materia de sus propios debates, como si eso fuera lo que la gente necesita. El objeto de la política no puede ser la política misma, ni sus luchas intestinas, ni el entrechocar de egos en el bosque de los elegidos, ni sus asuntos internos, tantas veces indescifrables, ni el puzle de los acuerdos, ni las carreras de obstáculos, ni las envidias larvadas, ni los liderazgos sobrevenidos, ni los adictos al poder y la gloria. No. El objeto de la política es la vida y la gente, algo externo a los engranajes estruendosos de la autoridad, algo que tiene que ver con la realidad cotidiana y sus asuntos. Cada vez hablamos más de la política y de los políticos y mucho menos de las personas a las que representan.

Hay un relato, incluso morboso, que se afana en llenar los días con una dialéctica tan interminable como inane, de tal forma que la polarización se ha instalado como una manera de vivir, como la única atmósfera respirable. Asistimos a una progresiva infantilización de la política, quizás contaminada por las redes sociales, o por el desprecio de la cultura, denostada incluso por algunas formas de populismo demagógico, que creen que las elites intelectuales no mejoran al pueblo, sino a sí mismas. Podemos probar con la ignorancia generalizada, a ver qué pasa. Nunca han faltado los que prefieren al pueblo sumiso e ignorante: es una constante a lo largo de la historia.

Vivir agarrados a la simplificación y al maniqueísmo, en una sociedad donde los detalles y el pensamiento crítico son vistos por algunos como una forma de ofensa, sólo va a jugar en contra de los desfavorecidos. La sociedad sólo se puede defender desde la complejidad y desde el pensamiento profundo. Si se deja engañar por los grandes simplificadores bajo la luna, por los que nunca ven el gris, sino sólo el blanco el negro, entonces estamos perdidos. En tiempo de campaña electoral hay cierta tendencia a ofrecer ideas simples a la población. Conviene profundizar, no vivir en la creatividad de los eslóganes. Sólo las propuestas elaboradas en detalle, contextualizadas, acompañadas de rigurosa memoria financiera, deberían considerarse por parte de la población, no aquellas que se formulan sólo para la galería.

La separación entre la realidad real y la realidad política es extraordinariamente dañina. Globalmente, los ciudadanos parecen olvidados porque los grandes asuntos del poder (sus intereses, sus guerras, sus luchas personales, sus egos) se imponen sobre la verdadera agenda del planeta. Perdidos en la atmósfera irrespirable de la confrontación constante, que es lo que sucede en el día a día, permanecemos con todas las pantallas encendidas para así mantenernos entretenidos y no pocas veces absortos ante movidas diversas que nada nos aportan, ni siquiera tienen que ver con nosotros.

Muchos parecen afanarse en la construcción de un mundo plano formado por individuos convenientemente aleccionados, en el que incluso se censuran obras literarias y se destruye la libertad de expresión de artistas y humoristas, aunque en las redes sociales, quizás para compensar, se crucen insultos y descalificaciones por doquier, como quien ofrece a la gente un lugar para el combate en el barro, un lugar para desahogarse en el patio vecinal virtual.

Es tal el nivel de desorientación, que muchos elementos que creíamos desterrados, o que pertenecían a otras formas de vida del pasado, empiezan a tomar carta de naturaleza. Ideas y acciones que nunca pensamos que volverían, están otra vez entre nosotros, y no causan perplejidad a todos, como sin dudas deberían. No faltan los que ven un peligro creciente de autoritarismo, sobre todo si se consigue que el nivel de simplificación aumente, para lograr que nadie tenga suficiente capacidad crítica. Se alimentan también ciertos fanatismos, se abomina de la razón para así engordar la visión pasional de la política, se quiere descalificar a la ciencia, lo único que parece estar a la altura, y en su lugar potenciar las ideas de visionarios y charlatanes de variada especie, por no hablar del amplio surtido de los negacionistas, o del regreso sorpresivo de ideas medievalizantes.

Mientras el mundo reorganiza sus áreas de influencia, con el estruendo de la guerra en Europa de fondo, mientras se dibujan batallas en los ordenadores y simuladores, y se habla de posibles conflictos larvados que estallarían en un futuro próximo, esta sociedad engañada por la confrontación masiva y sometida a la infelicidad de la incertidumbre continua, se enfrenta a gravísimos problemas en sus vidas cotidianas, a la pobreza, al encarecimiento exponencial de la comida sin explicaciones aparentes, a la destrucción del mundo natural que algunos aún niegan (también sin explicaciones aparentes), y una guerra por el agua que será, no lo duden, la guerra de todas las guerras. Hay asuntos prioritarios que han quedado apartados por este gran ruido contemporáneo, por el entrechocar de los egos, por la tensión mundial, por las guerras atroces, por los intereses obsesivos de varias formas del poder. Ya basta: es la hora de la gente.
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