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La crónica de La Nueva Crónica

11/02/2023
 Actualizado a 11/02/2023
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Entrar en la redacción de este periódico, cuando los redactores estaban en plena faena, fue algo así como penetrar en un santuario donde reinaba un recogimiento casi místico. No sé si por la premura apremiante del tiempo o por la pulcritud y exactitud que la buena información demandaban. Al menos, así lo percibí, cuando el otro día, acudí a la sede donde se gesta este rotativo por el que ahora se pasean tus ojos. Esta se encuentra en un edificio, en el número 4 de la Plaza de Santo Domingo, en un portal cobijado, ante el que yace plantado un bronceado y hercúleo mocetón que responde al insólito nombre de ‘Vieja Negrilla’, que según su autor, Amancio González, fue elegido para el gigante bonachón, en honor a un olmo plantado.

Mi visita se debió a una reunión con David Rubio, director de esta casa que ahora me cobija, y con Miguel Ángel Cercas, amigo y compañero columnista, con ocasión de la publicación de su libro ‘Como teclas de piano’; un ramillete de reflexiones, pensamientos, propuestas y enseñanzas, fruto de las colaboraciones que Miguel viene manteniendo semanal o, quincenalmente, cada martes en este periódico. Píldoras para pensar y repensar.

Durante la presentación, que se llevó a cabo en el Palacio Conde Luna, ante un nutrido grupo de amigos, nos pareció oportuno lanzar la siguiente pregunta: «¿Qué te gustaría encontrarte cuando te asomas aquí para leer una columna de opinión?»

«Pruralidad» –afirmó un asistente–, versiones distintas a la mía, para contrastar. «Originalidad en los planteamientos, que me aporten visiones nuevas, algo distinto a lo que estamos habituados».

«Que me cuenten algo que me podría suceder a mí, que resulte cercano a mi realidad. En definitiva: autenticidad y veracidad».

Decía, que al entrar en la redacción, me conmovió el silencio reinante. Observé una pequeña hilera de redactores, cada uno en su box de trabajo, concentrados a conciencia en la elaboración de la noticia, aquilatando las imágenes, perfilando los términos exactos. Yo entraba eufórica, con ganas de conversación, ellos estaban trabajando. Entre ellos estaba Víctor S. Vélez.

Ayer jueves leí la ‘anticolumna’ de Víctor. Encontré en ella una idea de las que interpelan: «confundir la libertad de expresión con la necesidad irrefrenable de opinar, solo provoca que devaluemos nuestros puntos de vista».

Opinar con libertad, desde la autenticidad y la mesura y con la conciencia de que nadie es poseedor de la verdad absoluta.

Son los deberes que nos habéis puesto…
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