09/02/2023
 Actualizado a 09/02/2023
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Las galletas Oreo, Faulkner, la posesión en el fútbol, la salsa barbacoa y, tal vez, el cine en 3D. Pocas cosas más habrá que se sobrevaloren al nivel de las opiniones políticas. De un tiempo a esta parte, he dejado de rellenar este faldón quincenal con los puntos de vista que pueda tener respecto a la aburrida actualidad de los partidos, los mediocres debates parlamentarios y la vomitiva escalada de crispación. Soy plenamente consciente de escribir en ocasiones verdaderas anticolumnas, cayendo en una especie de onanismo pseudoliterario, y lo asumo orgulloso con tal de no ser parte de semejante circo.

En cualquier orden de la vida, y en particular en la política, no es necesario mostrar un juicio respecto a todo. Es más, es mejor no tener opinión que sostener una que no esté formada. Solo así podremos escuchar sin tanto prejuicio las posiciones de los demás y aprender de quienes de verdad sepan de un determinado tema antes de que nosotros también tomemos partido. O no, que desde luego nunca nos debemos sentir obligados.

Es muy probable que todo iría un poco mejor si nos liberáramos de tanto posicionamiento innecesario, si limitáramos las veces que hablamos de más. Confundir la libertad de expresión con la necesidad irrefrenable de opinar solo provoca que devaluemos nuestros puntos de vista. Vamos, que se puede pasar sin elegir entre Shakira o Piqué, LeBron James o Jordan y, por supuesto, la tontería de turno de la ministra Montero o de García-Gallardo.

Precisamente, la revista ‘Time’ titulaba su última portada con un: ‘¡Cállate! El poder de decir menos’. Frente a tanto todólogo de opiniones cuasifundamentalistas sobre las leyes de género, la inflación del kilovatio hora o los dilemas morales respecto a la inteligencia artificial, cada vez se hace más necesario reivindicar el derecho a ser equidistante ante ciertos debates.

«De cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa», dijo en su día Machado clavando una proporción que un siglo después no ha variado lo más mínimo. Pero, vamos, que esto y todo lo demás que queda escrito en esta anticolumna solo es una opinión. Tan prescindible como cualquier otra. Tan equivocada como la que más. Tan sobrevalorada como un batido de Oreo, ‘El ruido y la furia’, las tácticas de Luis Enrique, una pizza barbacoa y, tal vez, la última película de ‘Avatar’.
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