David Rubio, en su libro León al pie de la letra, destaca en varias ocasiones la alusión que los autores que protagonizan su obra hacen a nuestro carácter. Siempre digo al hablar de la idiosincrasia leonesa, que al contar un chiste en las tascas que reseñó Umbral, nadie se inmuta ni hace el mínimo amago de reírse; el frío ha helado nuestro semblante, nos protegemos de los termómetros bajo cero con un temperamento construido con hormigón armado. Me recuerda esto a aquella cita evangélica en la que Jesús dijo de Natanael que era un hombre sin doblez, un verdadero israelita. En las regiones más al este, la necesidad imperiosa de agradar al otro anula todo tipo de coherencia en su actitud; en Alicante, por ejemplo, me sigue sorprendiendo cómo la gente es capaz de alterar su trayecto cuando va andando por la calle para saludar a alguien, del que a posteriori, en su fuero interno, despotrican de él.
Koldo García se topó con el hombre equivocado, con un leonés, con José Antonio Diez, el alcalde de la capital. El matón de discoteca salió escaldado, se acercó a amenazar al primer edil y se fue a su casa con el rabo entre las piernas. Si más gente tuviese esa gallardía leonesa habría menos mamporreros en política. Es lo que era ese tal Koldo, un fontanero, un escolta político. Ahora que con el caso de las mascarillas se ha quitado la careta a este personaje y se ha aireado que era segurata en un puticlub, hay mucho indignado preguntándose qué cómo puede haber alguien de semejante calaña ocupando un cargo público; ya se lo digo yo, es más habitual de lo que parece. En política, y lo sé de buena tinta por mi etapa en Ciudadanos, uno se encuentra a lo peor de la sociedad, a los perfiles más siniestros, a los más bastos y ordinarios. Es más, un servidor tuvo que aguantar en varias cenas los pavoneos de sus colegas de partido al sacar pecho por practicar sexo en los probadores de El Corte Inglés. Hay poca gente de una pieza en política, no me sorprende la convivencia de hooligans como Koldo en la cosa pública porque llevamos tiempo sin que los mejores estén al mando.