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Julio Llamazares, en el tránsito de los ‘vagalumes’

15/05/2023
 Actualizado a 15/05/2023
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La última novela de Julio Llamazares, de la que ya se ha hablado en estas páginas, tiene un título en lengua gallega (y portuguesa): ‘Vagalume’. Una sola palabra da nombre a esta historia, y eso sucede, espero no equivocarme, por primera vez en toda su obra. Esta palabra, que sedujo a Julio por su belleza, y que alguien, me dice, le regaló un día, no fue siempre el título de su nuevo libro. Pero acabó imponiéndose, con esa terquedad que tienen algunos vocablos por buscar su lugar, por ajustarse a los sitios a los que secretamente han sido convocados. Y así fue como Julio Llamazares comenzó a hablar de las luciérnagas (que es lo que la palabra significa), de los escritores que iluminan la noche con la luz temblorosa de la literatura, mientras la ciudad duerme.

Este fin de semana Julio ha estado por la provincia, me anuncian los periódicos. Yo me encontré con él hace ya algunos días, lejos de aquí, a muy pocos metros del mar. Cumplimos así el rito del encuentro literario, que coincide casi siempre con la presentación de alguno de sus libros, pero la reunión se extendió durante algunas horas, mientras hacíamos tiempo para que empezara su intervención ante una audiencia, a buen seguro, ávida por escuchar sus historias. La sobremesa se alargó en aquel lugar de grandes ventanales y sillones azules, rodeados por el hormigueo de mil conversaciones que surgían de todas las esquinas del local.

Antes, en el almuerzo, con la compañía del gran Javier Pintor, el mejor animador cultural de este país, Julio había dicho, entre bromas y veras, que nos encontraba «insultantemente jóvenes». Le dijimos que, entre libro y libro, no nos daba tiempo a envejecer, al menos no de manera evidente, pero que la procesión iba por dentro. Reímos y celebramos, contentos de resistir los olímpicos embates del tiempo, que son como el oleaje de un océano embravecido, pero en la sobremesa, bajo unas lluvias antojadizas, encontramos acomodo en ese lugar inmenso y azul, y allí le pedí a Julio que desgranara cómo se inventó ‘Vagalume’, donde brilla otra vez el árbol inquietante de la memoria.

La novela, como ya sabrán, narra el regreso de un escritor a una ciudad de provincias para asistir al funeral de su antiguo maestro en el mundo del periodismo. Ese viaje al pasado se convierte de pronto en un campo minado por los secretos: ¿tuvo ese maestro de periodistas una vida oculta? Julio insiste una y otra vez en que esa ciudad que aparece en la novela no es León, aunque tenga sus parecidos (la nieve, por ejemplo, hace su presencia en el transcurso de la historia), y que más bien podría ser Zamora, o alguna otra semejante. Las novelas de Julio Llamazares están pobladas por la memoria y el regreso a los lugares fundacionales. La nostalgia puede ser hiriente, dejar el reflejo de flor de cuchillo, esa herida sangrante de las pérdidas, o puede convertirse apenas en un envoltorio amarillo que sólo provoca indiferencia. Hay a menudo en su literatura un viaje a los escenarios que, tantas veces, ya no son reconocibles. El paisaje ha mutado, cubierto por el agua, o por el manto del olvido, o transformado irremediablemente por el paso del tiempo. «Vuelvo al café de Gijón en el que escribí ‘La lentitud de los bueyes’ y ya nada es igual», me dice de pronto. Viajamos a unos recuerdos que ya no existen, salvo dentro de nosotros. Todo parece que se ha evaporado. Pero, en ocasiones, el pasado abre una extraña puerta, y nos invita a atravesarla.

La sobremesa trascurre. Julio Llamazares admite que, a pesar de ser una novela de suspense, ‘Vagalume’ pretende hablar del oficio del escritor. También del periodismo. «Podríamos quitar la ficción, y quedaría una especie de ensayo sobre la necesidad de escribir para sobrevivir, incluso cuando lo que se escribe no llegue a publicarse», me dice. Y aquí recuerdo a aquel Julio Llamazares que un día me dijo que no es lo mismo escribir libros que hacer literatura. Y vuelve a decirlo. Se puede publicar mucho y no ser escritor y se puede ser escritor sin publicar una línea. Eso es lo que dice. «En el fondo, me pregunto aquí sobre mí mismo. ¿Ha merecido la pena? He dedicado toda mi vida a escribir, y al periodismo. ¿Ha estado bien lo que hemos hecho de nuestra vida?» En la presentación de ‘Vagalume’ en Madrid, Jesús Marchamalo citó aquello de Cártarescu, no sé si sabes, cuando le preguntaron qué haría si ya se hubiera muerto el último lector sobre la tierra. Y él dijo: «pues seguir escribiendo».

«Para mí, y puede verse en la novela, los escritores que más mérito tienen son aquellos que escribían toda la noche para mantener a sus familias, atados a la pluma como galeotes. Y por eso la metáfora de las luciérnagas. Pienso en todos esos autores de novela de kiosko que tenemos en mente: Lafuente Estefanía, o González Ledesma, con su nombre de Silver Kane, o Miguel Oliveros, o tantos otros», explica Julio. «E igualmente pienso en los que, por unas razones o por otras, tuvieron que dejar de escribir, o bien ocultar que escribían. Ya fuera por razones políticas, o por otras circunstancias. Mario Lacruz, por ejemplo, es el detonante de esta novela que he escrito. Cuando supe por un hijo suyo que el hombre que nos había dado una oportunidad a mí, o a escritores como Muñoz Molina, de publicar en Seix Barral, y que había sido en realidad un gran escritor de joven, había dejado aparentemente de escribir, me quedé sorprendido. Pero más cuando supe que nunca había dejado verdaderamente la escritura. Simplemente, no publicaba. Mario Lacruz cumple con esa idea del escritor que va más allá de que tenga lectores o no, del escritor que tiene que escribir hasta el final, que es también eso que decía Cártarescu», sigue diciendo Julio. «Yo sé que pertenezco a esa estirpe. Por eso sé que el noventa por ciento de los libros publicados no están escritos por escritores. Una cosa es coger la bici los domingos y otra muy distinta es ser ciclista. Y, por supuesto, conozco a escritores que no han escrito una sola línea», concluye.

La tarde se despide. Julio Llamazares estará pronto ante una audiencia numerosa en esta ciudad con mar, para contar esta historia de desarraigo, de vidas secretas, de la pasión y la necesidad de escribir. Esta novela sobre las luciérnagas que iluminan la noche con la luz de la literatura. Vidas que olvidaron su cauce, su curso, «como esos puentes perdidos, que también salen en ‘Vagalume’. Como ese Puente Blanco del siglo XVIII en Villahibiera, en el que me inspiro». He aquí un hermoso libro sobre el poder de las historias, sobre el temblor de los recuerdos y el paisaje que ya no podemos reconocer.
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