Imagen Juan María García Campal

La joven de la perla

06/09/2023
 Actualizado a 06/09/2023
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Al inicio del verano, despedíamos mi mayúsculo amigo Nacho y yo uno de nuestros cafeteados paseos en la plaza de Santo Domingo cuando el destellar de un pendiente de una mujer alegró y embelleció aún más tiempo y espacio. Recuerdo que se lo comenté –¡mira!, La joven de la perla de Vermeer– y seguro que él pensó –¡qué lástima de Juan!, no sólo no mejora, sino que cada día se me pone peor– y fijo no le falte razón, pero así fue cómo se produjo mi asociación de ideas: causa, un fulgor; consecuencia, el recuerdo de una magistral pintura. Ella estaba en la acera que acoge La Negrilla; nosotros, por cosas de mi gusto por la entrega a domicilio, en la autobusera esquina que abre la calle ampulosamente nombrada Avenida Gran Vía de San Marcos.

Volví a verla en la mañana de varios días por las céntricas calles y, siempre, hermoseando momento y ciudad. He de confesar que, aun así y por discreción, tardé en descubrir el secreto de su centelleante pendiente y, aún más, saludo a sonrisa, sonrisa a saludo, en ganarme su gracia que, por suerte, hoy ya no precisa de mi previa salutación. Es más, exiliado del por jubilosos años habitual café terrado en que disfrutaba lecturas y tabaco de humo, confirmo la refranesca sabiduría del «no hay mal que por bien no venga» pues, ¡oh azar!, ahora coincido con ella, en su laboral pausa, en la terraza donde me asilé para poder seguir gozando semejantes virtuoso vicio, la lectura, y viciosa virtud, el fumar, bajo innúmeros ojos arbóreos.

Ignoro su nombre y circunstancias personales, pero admiro, porque no es para menos en estos grises y soeces tiempos, la elegante naturalidad con la que siempre la veo acometer su quehacer, la inusual y serena alegría con la que en él avanza; esa loable dignidad personal que no depende del trabajo en sí, sino del valor que cada uno le atribuye para sí y, por qué no, para los demás –sobre todo, si se trata de un servicio público– y, sobre todo, de cómo se desempeña. Sí, sin duda, es una suerte vecinal la presencia y atención que esta mujer, adulta y anónima, presta a la ciudad, a todos nosotros. Y hasta aquí estos apuntes sobre una conciudadana que, junto a otras muchas personas con mayor o menor garbo y simpatía (cómo, de mi callejear a cafés laborales, olvidar a José), cuida y embellece este León que habitamos. 

Y así, bien creo que, si no un retrato de Vermeer por ya imposible, sí quizá merezca ser personaje de un literario retrato del tío Ful, más que maestro en ellos. Lanzada queda la ¿in?-directa.
Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud!

 

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