Íntimo y personal

Hay ocasiones en las que el mayor de los lujos es completamente gratis. Son días festivos en los que todo el mundo parece concentrarse en playas de arena para quemarse al sol, si lo hubiera, o para ir a las ciudades donde se teatraliza, como cada año, la pasión y muerte de aquel chaval que si viviera hoy en día, bien pudiera ser de los que tiran piedras a los poderosos en las calles olvidadas de Palestina. Poder irte, poder marcharte, estar en un territorio preñado de naturaleza virgen, donde la flora y la fauna te envuelven, te arropan, te llenan de sensaciones y aromas, donde ninguna de esas representaciones son siquiera un rumor en el viento, es uno de los mayores placeres de los que podemos disfrutar todos aquellos que no comulgamos de esa farsa. Respeto, como no podría ser de otro modo, para todos aquellos que tienen en esas tradiciones una parte fundamental de su existencia, aunque el resto del año olviden todo lo que el agasajado promovió hace dos mil años. Vivirlo desde lo íntimo y personal debiera ser para ellos una experiencia sublime. Personal, íntimo, sin representar a nada ni a nadie más que a ti mismo, sin ninguna connotación más que la estrictamente personal y confesional. Por ello debiera ser rechazable, por parte de todos, la presencia notoria de aquellos que en nombre de instituciones públicas, que como bien consagra la sacrosanta, para tantos, constitución española es un estado aconfesional y en el que, por tanto, el poder público no debiera posicionarse NUNCA, ni a favor ni en contra. Cosa bien distinta es que cada uno haga de su capa un sayo, pero no que el estado, sus instituciones, o quienes los representan, rindan luto durante días a quién no es más que el símbolo de algunos, de muchos, puede que de muchísimos, pero no de todos. Mucho más execrable es aún ver como una recua o piara de mandatarios, a voz en grito, pregonan su amor a la muerte, exhibiendo su dolor, fingido, con un manto de visibilidad bien notorio y no desde un íntimo recogimiento.