02/01/2024
 Actualizado a 02/01/2024
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Hace muy poco se celebraba el día de los Santos Inocentes, pero cualquier día podía llevar este mismo nombre con todo derecho, pues todos los días tratan de colarnos inocentadas y desgraciadamente todos los días hay inocentes que sufren. Y no nos referimos a las personas que se sienten engañadas, puesto que, si se dejan engañar por los mismos una y mil veces, más que inocentes habría que decir que son un poco tontos y que no necesariamente son santos. Pero tampoco faltan santos inocentes. 

Hace una semana en un pueblo sevillano llamado Los Palacios se oía el llanto de una niña recién nacida, arrojada a un contenedor de basura en una bolsa de plástico. Pudo ser felizmente rescatada, pero la noticia es estremecedora. Y sin embargo muchos, incluidos políticos de izquierda y de derecha, verían como normal que, para evitar problemas a la madre, antes de nacer la hija la hubieran troceado y arrojado sus restos a otro contenedor de basura en un hospital. Todos los días se dan en España un promedio doscientos setenta y cinco casos de bebés triturados, es decir, cien mil al año. Pero se vende como una muestra de progresismo. Estos políticos tienen hijos, pero no entienden que todos los niños tienen el mismo derecho de nacer. A Herodes nunca le han faltado sucesores, incluso en España. A nivel mundial da vértigo recordar las consecuencias de lo que ha desencadenado la ambición de Putin y el fanatismo de Hamás. Pero no son los únicos. 

El día de Navidad fueron asesinados cerca de doscientos cristianos en Nigeria por miembros de la etnia yihadista fulani. No parece que la noticia ocupe mucho espacio en los informativos. Seguro que sería diferente si hubieran sido los cristianos los asesinos. Entre tanto en España miembros del actual gobierno proponen que se despenalice el insulto a los sentimientos religiosos. Se sobreentiende que, sobre todo, si son católicos. Por algo se empieza. Así nos lo demuestra la verdadera y no manipulada memoria histórica.

En cuanto a las inocentadas, dejando a un lado las divertidas e inofensivas, nos recuerdan en cierta manera a los timos de la estampita. Es preciso reconocer la habilidad de los timadores y de los mentirosos, pero sobre todo la ingenuidad y el egoísmo de los timados. En cuanto a la habilidad hay verdaderos doctores, capaces de convertir la mentira en un arte, merecedores algunos, si lo hubiera, del título de ‘Mentiroso mayor del Reino’. Los lectores sabrán poner ejemplos. 

 

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