29/12/2022
 Actualizado a 29/12/2022
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Solo hay algo peor que matar un gatito: matar dos. Esto es así y ayer estuve cerca de convertirme en uno de los peores villanos de todos los tiempos. Mi amigo Martín me prestó las llaves de su casa para alimentar a sus mascotas durante su ausencia navideña. Al recordar que regresaba el 28 de diciembre se me ocurrió la feliz idea de vaciar su habitación y dejar en ella tan solo un monigote de inocente. El caso es que los felinos se pusieron nerviosos con tanto cambio, volcaron su cuenco del agua y los pobres estuvieron pasando sed hasta la llegada de su amo ¡Benditas siete vidas!

Al margen de los daños colaterales, que quede aquí mi enésima disculpa al bueno de Martín y a sus dos gatos, siempre me he considerado fan de las inocentadas. A mi madre le llevaron a casa una cesta de Navidad repleta de envases vacíos y el supermercado pidió a mi suegra que devolviera otra que le había tocado. Mi prima Eva tuvo que pasar a recoger por una tienda un sobre con un mensaje de «¡Inocente!» y mi afortunada cuñada recibió la llamada de ‘El Hormiguero’. No obstante, la familiar más damnificada suele ser Ruth: un año le llegó el vestido de Nochevieja equivocado y en otro su coche apareció aparcado en medio de una carpa cuando llevaba solo unos días con la ‘L’. Bueno, que a todos nos la han jugado alguna vez: en una ocasión mi móvil colapsó con decenas de llamadas preguntando por la oferta tirada de precio del ordenador que acababa de comprar. Anécdotas algo estúpidas, como la propia vida, que víctimas y verdugos recordamos con una sonrisa.

Aunque para muchos sea una celebración absurda y del pasado, el ‘Día de los Inocentes’ se ha hecho tan necesario que debería festejarse varias veces al año. Cuenta el filósofo Zizek que en la Yugoslavia prebélica lo primero que se prohibieron fueron los chistes: no dejemos que cunda el ejemplo. Frente a una sociedad que se crispa por momentos, desdramatizar situaciones con bromas y quitar tensiones del ambiente con humor se ha hecho más imprescindible que nunca. Bajo esta certeza, pretendo reivindicar en esta columna esa costumbre de antes, cuando sentirse ofendido nunca era un argumento válido, en la que el periódico del 28 de diciembre disfrazaba alguna de sus páginas de ‘El Mundo Today’. Por ello, en nombre de un puñado de sonrisas, el próximo año espero leer titulares del tipo: ‘UPL inaugura una sede en Valladolid’, ‘Los astronautas leoneses llevarán al espacio una rebequina’ o ‘La Cultural pagará la cláusula del portero del Molly Malone’s’.

Ojalá el humano disfrutara de tantas vidas como un gato pero, al tener que conformarse con una, no le queda de otra que recurrir al humor para hacer su existencia más llevadera ¡Que no nos falte la risa en este año que empieza! ¡Feliz 2023!
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