Me hacen gracia esos que se recorren el mundo entero y luego no han ido a la región al lado de la suya. Si hay algo que nos caracteriza es la poca estima que tenemos a lo nuestro, la inflación que sufren los tesoros autóctonos. Caprichosos, siempre tenemos la necesidad de tener más, buscamos la satisfacción de saciar las sensibilidades artísticas sin darnos cuenta de que las tenemos a la vuelta de la esquina.
La ULE ha comenzado la construcción de la Casa del Estudiante, un edificio inspirado en los campus estadounidenses y británicos. Ha sido una sorpresa leer que la intención que se tiene con la infraestructura es convertirla en un icono de la ciudad, en un emblema sobre el que pivote el resto de la urbe; parece que con la Catedral no tenemos suficiente, un edificio vanguardista va a imponerse a una de las construcciones más majestuosas del gótico español. Se avecina una disputa interesante entre los bohemios culturetas por ver quién se impone en la batalla arquitectónica.
Es una buena noticia la construcción de este complejo, lo que me molesta es la minusvaloración de otras entidades históricas de León. Es una exageración, una hipérbole posmoderna pretender que un edificio universitario cope las miradas estando en una ciudad con tanto legado histórico. Ni su herencia, ni la Catedral, hemos necesitado la Casa del Estudiante para poner a nuestra ciudad en el mapa. Estamos asistiendo al deseo de todo municipio de tener un Guggenheim. Jorge Dioni en su libro ‘El malestar de las ciudades’ narra cómo a raíz de la revitalización de Bilbao con la construcción del museo, muchas urbes se obsesionaron con implantar una edificación icónica con la intención de descubrir la panacea. A algunas les funcionó y a otras no les quedó más remedio que comerse el ladrillo, como le ocurrió a Castellón con su aeropuerto.
El tiempo en las ciudades no trata como merecen a los emblemas de otras épocas, con el desarrollo urbano las calles se amplían, las fronteras se abren y se destruyen las murallas.