26/04/2024
 Actualizado a 26/04/2024
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Me cuenta un amigo omañés que, a su abuelo, que en paz descanse, lo que más ilusión le hacía en el mundo era bajar a la capital leonesa en burra para hacer alguna gestión o comprar o vender algo. Eran otros tiempos y dicho viaje de ida y vuelta, le ocupaba toda una jornada. Se ponía en camino antes del alba y estaba de regreso para calentarse frente a la trébede a la puesta del sol.

Cuando programaba su viaje a León, durante la semana anterior no hablaba de otra cosa. Emocionado, planeaba qué ropa se iba a poner, lustraba unos zapatos que, aunque le quedaban pequeños, sólo ponía en las ocasiones especiales y la noche anterior, mezclaba agua con azúcar para aplicárselo al día siguiente en el pelo a modo de gomina.

Para él, ese era su mundo. Prácticamente no había nada más grande durante el año y no le preocupaba que otras ciudades, otros continentes u otras oportunidades había más allá de la línea de horizonte que dibujaba el sol al amanecer frente a él según veía más cerca las torres de la catedral.

Es condición humana adaptarse al entorno y buscar la felicidad en aquello que está a nuestro alcance y que, por novedad o excepcionalidad, nos saca de lo cotidiano y nos ilusiona. Es una herramienta natural de supervivencia la adaptación al entorno para lograr tener salud física y mental y durante muchos años, desde las propias familias se cercenaban las ganas de aventuras y el afán por ver ‘otros mundos’ para gestionar las expectativas de aquellos que no encontraban cubiertas todas sus inquietudes en la tranquilidad de sus pueblos.

Esos tiempos ya pasaron a la historia y ahora el mundo es mucho más pequeño, las infraestructuras, los medios de transporte y las comunicaciones, nos permiten que quien así lo desee, pueda compatibilizar el bullicio de las grandes ciudades con la comodidad de vivir en el entorno rural.

Sin embargo, en ocasiones (y por desgracia cada vez más en León) las personas seguimos buscando la felicidad en cualquier acontecimiento que se salga de lo cotidiano, aunque se trate de cualquier cosa menor, porque hay mucha gente que ha perdido la inquietud de querer «ver más allá», de «acercarnos» a las provincias que atraen proyectos, inversiones y turismo de calidad.

Esa gente que ha perdido la ambición sana que hace progresar a la humanidad, montan una auténtica fiesta por ser elegidos para participar en el Grand Prix, el mítico programa de la tele durante los veranos, y algo no debemos estar haciendo bien cuando durante unas horas, dicha designación ocupaba las tendencias en las redes sociales en nuestra provincia, como si lo que fuésemos a albergar fuesen unos Juegos Olímpicos.

Ese tipo de gente es también la que focaliza todas sus decepciones en cualquier provincia vecina, haciéndoles responsables de lo que en parte también es culpa nuestra, y ese tipo de gente es la que también llevan con orgullo obligar a bajar de un escenario a un pobre trovador que sólo cumplía con su trabajo en la fallida celebración de Villalar en León.

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