29/12/2023
 Actualizado a 29/12/2023
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Ilustración de José Álvarez Guerra.
Ilustración de José Álvarez Guerra.

Acaba 2023, eso es obvio y muy repetido. Lo normal es hacerle un repaso a este 2023, sus más y sus menos, pero no. Me voy a quedar con el hoy. Estos días.

Estos días de calles llenas, como si no hubiera un mañana, porque, ya no solamente han sido estos fines de semana, si no también unos cuantos anteriores, con una enorme afluencia de gente por todo el centro (y algún sitio más), incluso a diario. Alguien dirá: es que con el Ave (más bien medioave) a Asturias se ha multiplicado la concurrencia. Puede que algo haya, pero es que ya antes era así. Porque, a finales de noviembre, unos amigos de Valencia se acercaron por estos lares para inicial el Camino a Santiago, sin avisar, y aquél sábado, según me dijeron, en diez restaurantes entraron para poder comer «algo». Con ellos estuve, y con ellos di unas vueltas por el centro y, cómo no, el Barrio Húmedo. Efectivamente estaba hasta arriba. Y así ha sido hasta el día de hoy. Y supongo que también hasta el día de mañana, tomando el mañana por el 7 de enero. Luego, después, Dios proveerá, porque la siempre mencionada ‘cuesta de enero’ está ahí, impertérrita, esperando. La cuestión es: ¿llegará hasta febrero, incluso más?

Y en estos estados de aglomeración, me ha llamado la atención el vacío de calles generalmente llenas. Especialmente por las tardes. En una calle como Gil y Carrasco, habitualmente un hervidero, desaparecen los coches y, a las 8 de la tarde, está semidesierta. Cierto que no hay bares (la denostada hostelería que, dicen, se ha adueñado del Barrio Húmedo), pero siempre hubo movimiento. A ver si quitar los coches (por aquello de ‘coche caca’), destapa una realidad que no estamos viendo.

Según los estudios de mercado los españoles estamos reduciendo nuestro gasto en alimentos de cierto costo, en vestido, en cosmética, en todo aquello que puede reducirse a la mínima necesidad, pero mantenemos nuestros hábitos, cuesten lo que cuesten, en viajes, visitas, tapeo y costumbres tan hispanas como estar en la calle.

Y así estamos, cerrando comercios y comprando por internet, mientras no perdonamos el cafelito. 

Por cierto. En todo este trasiego de personas, un elemento que ya está en el paisaje y que hasta la pandemia, y en mucha parte por su culpa, ha quedado para siempre: las terrazas al aire libre.

Con un frío que pela han florecido cual capullo en primavera, pero en invierno. Algo que era privativo de los centroeuropeos, que en cuanto veían un rayo de sol, fuera cual fuere la temperatura, inmediatamente se sentaban a tomar una cerveza, pues se ha generalizado aquí. Aunque caigan chuzos de punta. 

Está bien, pero, como en muchas de las cosas que copiamos de fuera, o quizás porque nos dan la mano y cogemos el pie, nos estamos pasado un rato.

Y me refiero a todas aquellas terrazas que, por el confinamiento de la pandemia y provisionalmente, se permitieron, ocupando espacios no habituales, tales como aparcamientos en la calzada o en espacios peatonales . Y como en este país, también, no hay cosa que más perdure que aquella que es provisional, ahí las tenemos, ya instaladas y, al parecer inamovibles.

Quizás por la precipitación y las circunstancias, cada uno cerró ese espacio a su manera para su anexo de terraza. Salió en entonces esa vena latina improvisadora, dando lugar a todo un catálogo de posibilidades, desde unos simples postes unidos por cinta plástica, hasta palets de madera, pasando por vallas de plástico de las que se usan para obras públicas. Todo un despliegue casual, mayormente descuidado.

Lo malo es que hoy, tres años después, ahí siguen, más deterioradas, por supuesto, dando una imagen bastante deplorable, y no puede ser que hoy día, además de estar ocupando un bien escaso como son las plazas de aparcamiento, sean un depósito de mesas y sillas sin orden ni concierto. 

Claro que, mientras unos pecan por defecto, otros lo hacen por exceso, no simplemente vallando un espacio de uso público, sino cerrándolo y cubriéndolo, esta vez, eso sí, muy dignamente, para convertirlo en una extensión, o dos, del propio restaurante. 

Bien haría el ayuntamiento en controlar y ordenar las instalaciones que graciosamente se les permiten, más aún cuando su aprovechamiento no es gratuito para el público. Las unas para que, como mínimo, tengan un poco de estilo y dignidad, y las otras para que se devuelva el uso público que tienen, o, al menos, el uso normal permitido.

 

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