31/03/2020
 Actualizado a 31/03/2020
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Es Europa un satélite natural de Júpiter. Orbita al más grande de los planetas de nuestro sistema solar mostrándole siempre la misma cara, como en perpetuo gesto de devoción, y de la misma manera ofrece permanentemente la espalda a los mortales, enseñando su helada superficie blanquecina jaspeada de venas de oro. Me imagino el eterno silencio de este ritual y no puedo por menos que advertir de las semejanzas metafóricas que presenta respecto de la otra Europa, en la que vivimos los españoles. A veces pienso que el bautizo del satélite con el nombre de la amante de Zeus y con el continente terrestre, más que una casualidad, fue una premonición. Que aquella Europa mitológica que amó al dios padre, Júpiter, y engendró a Minos, sea el nombre a su vez de un satélite de corazón de hierro y níquel, cubierto de fríos y hielos, y que esta voz designe también un espacio común sobre el que el invierno ahora arrecia más que nunca, parece cosa del destino. Millones de personas sufren ahora en sus casas el miedo al virus, el miedo a que sus puestos de trabajo desaparezcan en pocos meses, a que sus pequeños negocios y establecimientos acumulen deudas insoportables que lleven a que con el tiempo, su forma de vida se apague como se apaga una vela con un soplo gélido. Y mientras Europa, nuestra Europa, ha decidido mostrar su cara de hielo y su corazón de hierro. Nunca como ahora ese proyecto de solidaridad y humanismo que era la Europa social ha estado más en entredicho. Nunca con más claridad se ha podido desvelar el concepto que, tras las instituciones, algunas élites reverencian. No se trata de la Europa de las personas, sino del territorio de Europa en el que ellos son príncipes y en el que despliegan su poder y sus privilegios. Una fatal idea que, de una manera y otra, parece haberse traspasado a muchas instituciones, incluidas las españolas. Si Europa fracasa ahora, si no atiende a lo que su ciudadanía necesita, no solo fracasarán los príncipes, fracasarán las instituciones. Y, como siempre, aparecerán otras nuevas. Y, como siempre, con fuego que quiebra el hielo.
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