26/02/2024
 Actualizado a 26/02/2024
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Ya sabemos la causa de todos los males que nos aquejan, tanto materiales, como sociales o espirituales: El estrés térmico. La falla del clima. El que la climatología, enfadada hasta más no poder, nos ha dicho a la humanidad. «Que os cunda» («Me gusta la fruta» diría la presidenta de Madrid).

El hábitat coralígeno (plantas de coral) en la costa Brava del Bajo Ampurdán, se está deteriorando tanto que la multitud de visitantes que acudían a bucear y admirar las gorgonas rojas y blancas han dejado de hacerlo con la consiguiente pérdida económica para quienes vivían de eso. El estrés térmico (el calentamiento global hace que mueran las más a superficie) termina con un turismo natural.

Es el mismo mal que ha sacudido a la política actual. Demasiado caliente. Demasiado personal. Demasiado profunda y alejada de la superficie natural, que son los problemas reales de la gente... Demasiado riesgo. El ‘Sanchismo’ lo está solando todo con el golpe de calor. Las últimas elecciones, en Galicia, han dejado en evidencia su política de pactar con separatistas y ex-terroristas, a cambio de permanecer en el sillón una temporada más. El cambio de clima ha supuesto que una gran cantidad de gentes que se dejaban llevar por la nostalgia, a cambio de una serie de nimiedades como el lenguaje inclusivo y un feminismo trufado, amén de una pérdida de dignidad en asuntos tan vitales como la propiedad privada (el consentimiento de los okupas) y otros tan olvidados como el desamparo de los ancianos y la desatención del ciudadano, se hayan levantado del sillón para acudir a la mesa y depositar su papeleta en el día de autos.

Hartazgo podría llamarse también. Cansancio de comulgar con una forma de ver las cosas desde el punto de vista de personajes que parecen vivir ajenos al mundo real. O de soportar a personajes, como Putin, capaces de elevar hasta un grado inalcanzable la brutalidad de los pasados dictadores de la humanidad. «Sé que estoy muerto» decía el opositor Navalin muchos días antes de que se le administrara «la muerte natural» y su cadáver desapareciera de la cárcel. Y es que sabía bien de la existencia de un veneno de nombre ‘Novichok’.

Pero donde estén las Eunicellas singulares (Gorgonia blanca) y las Paramuriceas clavatas (Gorgonia roja) en las frondosas aguas del Mediterráneo en el Cabo de Creus, que se quiten todas las guerras y todos los dictadores del mundo. Que se dediquen a «adivinar el pasado» como dice el griego Kallifatides y que nos dejen en paz. Que no piensen que si se callan ellos nos va inundar un silencio atronador.

 

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