02/02/2024
 Actualizado a 02/02/2024
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Mueve esta columna, sube esta línea, dale al sumatorio. Rellena este campo, si no, no pasas de pantalla. Dale. Vuelve atrás y clica aquí. Rellena este campo. Y este, y este. Rellena, rellena, rellena. La vida en una interfaz, la vida en un Excel. Así andamos.

Me dice una maestra, lo más importante ahora no es dar clase, no es el contacto con los alumnos, lo más importante es hacer cuadrar unas tablas imposibles que nos han impuesto con la nueva ley.

Me dice un investigador, lo más importante ahora no es salir al campo a recopilar información, lo más importante es que hayas rellenado bien los formularios para salir al campo, que hayas hecho las 25 horas de un ‘webinar’ sobre riesgos laborales, las 25 horas de otro sobre salud; el estudio de los animales, el trabajo real, es accesorio.

Me dice una profesora de universidad, empleo el 50 % de mi tiempo introduciendo información en una plataforma donde debo subir los ejercicios de los alumnos, los exámenes, las correcciones, los porcentajes, las notas; he tenido que hacer una formación para cada una de esas acciones. 

Me dice una profesional de la comunicación, trabajamos con tropecientas aplicaciones con nombres entre el inglés y el latín macarrónico; una para bases de datos, otra para presupuestos, además de Power Point, Canvas, ah, y esa cosa terrible que se llama Excel. El Excel me intriga, la refinada tortura que es rellenar un Excel. Leo que se la inventó un programador llamado Daniel Bricklin a principios de los años 80 y que, en los 90, dominaba el mercado informático mundial como pionero en computar celdas de manera inteligente.

Celdas inteligentes. Así andamos. 

Arrasados por la obsesión de que cada aspecto de nuestra vida y de nuestro trabajo quepa en una celda inteligente. Todo lo que hacemos se convierte en datos. Las horas que trabajamos, nuestros contactos, nuestros gustos, hasta nuestra salud. La vida en un Excel. Mis amigos me hablan, desesperados, de las aplicaciones que deben manejar, del tiempo que invierten en meter datos en esas aplicaciones. El mundo se derrumba y nosotros a meter datos. Hay más guerras y muertos por conflictos, y nosotros a meter datos. El planeta se desforesta, el océano se llena de plásticos, suben las temperaturas, y nosotros a meter datos. Si nos concentramos en una pantalla, en rellenar los campos y las celdas, no hace falta ni que miremos a nuestro alrededor. Además, así alimentamos al algoritmo. Y poco a poco nos vamos convirtiendo en algoritmos. En carne de Inteligencia Artificial. No vivimos ni siquiera en una hoja de cálculo, vivimos en una sola celda inteligente de esa hoja de cálculo. 

Escucho al mirlo cantar al amanecer. Menos mal, ¡se ha escapado del Excel!

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