09/03/2024
 Actualizado a 09/03/2024
Guardar

Sin él no somos nada. Nos conoce mejor que nadie. Sabe todos nuestros secretos y lo mismo nos hace los deberes que nos reserva un viaje a la Antártida. Me refiero al móvil, esa extensión de nuestro cuerpo que si desaparece nos deja desvalidos.

Hoy mismo, tuve que cambiar una cita médica y aunque me presenté en la oficina y había una secretaria, me indicó que la gestión debía realizarse a través del canal de Whatsapp de la aplicación sanitaria. La IA ya nos ha invadido.

Esta dependencia seguro que es provocada. A mí nadie me quita de la cabeza que quienes mueven los hilos nos quieren cada vez más tontos. Estamos tan pegados a las pantallas y sus posibilidades, tan acostumbrados a que sea la máquina la que diga y piense por nosotros, que apenas vivimos fuera de ese universo de plástico. 

No es de extrañar que la comprensión lectora se haya desplomado, lo vemos quienes somos docentes y padres. Los niños de hoy leen un enunciado y no comprenden términos simples o sustituyen palabras sin la menor conciencia de haberse tragado verbos sustanciales en una oración. Por eso cuando terminan la línea ponen cara de póquer, no saben qué le sucede al protagonista, qué siente, qué debería hacer y tampoco ven la necesidad de saberlo, puesto que sus móviles podrían gestionarlo. 

Basta tener un teléfono para cortar con alguien, aunque lleves siendo amigo o saliendo con esa persona años. Un bloqueo y se acabó. O en su defecto, vas desapareciendo de su vida y de sus redes como un fantasma, lo dejas en visto, que es otra forma de ignorar más sutil pero igualmente dolorosa. De pronto se sentirá ninguneado en Twitter, en Instagram, pasará a ser un simple ‘follower’ al que te da pena expulsar de la lista.

Así de sin sustancias nos estamos volviendo. Pero tranquilos, todo viene de vuelta, algún día el ‘ghost’ será la víctima, y veremos la gracia que le hace saltar al vacío de tu ausencia. Nada como un bolero para alcanzar la justicia poética.

Lo más leído