18/08/2023
 Actualizado a 18/08/2023
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Hace unos días recibía en León a un buen amigo mallorquín que por primera vez traía a su pareja a conocer la ciudad. Después de un paseo por el centro y en la charla previa a llegada de la cena,  me atravesó una pregunta que me dejó ‘patitieso’. «¿Y vosotros qué hacéis aquí en verano?».

La conversación derivaba por esos derroteros tras algún pequeño lamento por la agradable temperatura nocturna leonesa en, curiosamente, una de las noches más cálidas de este nuestro verano. Yo en manga corta, ella con una sudadera, al parecer no alcanzaba a comprender que en los lugares donde no hay playa la gente podamos sobrevivir sin un plan que no comprenda pasar horas y horas sentados en la arena viendo pasar la vida.

Es curioso cómo una circunstancia tan azarosa como es el lugar en el que nacemos determina nuestras costumbres, nuestro ocio y nuestro pensamiento en general. Que lo que a mí me parece el tiempo peor utilizado del mundo, llenarse el culo de arena y tragar agua salada, sea para el habitante de una isla su forma de vida, sin lo que no podía vivir, me parece algo absolutamente maravilloso y uno de los grandes atractivos de este país.

Estos días en los que quienes quieren mandar deben ponerse de acuerdo para reunir diferentes sensibilidades en pos de un objetivo común, cabe preguntarse cómo serían capaces de sentar en la misma mesa a los que viven en la playa y los que no la pueden ver, a los que le gusta la tortilla con cebolla y a los que les parece un sacrilegio o a los que utilizan la bicicleta con los que les parece un sinsentido. En definitiva, que si a esta mallorquina fui capaz de convencerla de que con una buena piscina y una fiesta de pueblo se puede vivir, en el Congreso lo van a tener mucho más fácil.

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