15/04/2022
 Actualizado a 15/04/2022
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Ilusión, madrugones, carreras para llegar a tiempo... la Semana Santa es sinónimo de encuentros, de los que vienen en el programa oficial y de los más importantes, los que no.

Porque cuando has nacido en una ciudad, en una provincia, en la que las oportunidades que tienes para hacer vida en ella son más que escasas, las fiestas son siempre especiales tanto para los que se han ido como para los que han tenido suerte de quedarse.

Esta semana las agendas de la gente de los 80, de los 90, están repletas de compromisos hasta el punto de ser difícil encontrar un hueco para ver a toda la gente con cuyo camino no te vas a cruzar hasta quien sabe si las próximas navidades. Es tiempo de entregar invitaciones de boda, de ver cuánto han crecido los hijos de los amigos y de ponerse al día. De hacer como si la vida no hubiese mandado a cada uno a un lugar y todo siguiese como si fuese un viernes de marzo en cuarto de la ESO. Parque, pipas, unas risas y si es fiesta Malibú piña o 43 con Coca-Cola.

No deja de ser esta una alegría embotellada en la decepción de no poder disfrutarla más a menudo, aunque lo peor es sin duda que no tiene pinta de cambiar demasiado en el futuro.

Mucho se ha hablado está última semana del nuevo gobierno de la Junta de Castilla y León, con la que la Semana Santa está sin duda asegurada y probablemente también la Pasión, aunque en este caso seguramente no de un señor de raza blanca y presumiblemente cishetero. También habrá menos impuestos, porque de algún lado hay que sacar la excusa para recortar servicios públicos. Por el momento, ni una sola propuesta para evitar que haya que esperar un año más para el (re) encuentro. El domingo, los papones se quitarán el capillo, Valladolid, Madrid o Barcelona se llenarán de leoneses y la felicidad fugaz se habrá esfumado.
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