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El profesor Lledó y la decencia

05/05/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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En la caldeada actualidad española, los que gobiernan buscan cómo escabullirse ante la inevitable quema que provocan los acontecimientos; y los que carecen de mando hurgan hasta donde pueden, para sacar tajada de la situación.

Así, no deja de ser pintoresco que un ministro, cuyo Ejecutivo es responsable de la Generalidad, pretenda endilgar al ejemplar juez Llarena el investigar si las facturas que su ministerio abona se corresponden con lo verdaderamente solicitado (más allá de la apariencia formal), y servido, o bien ha habido camuflaje por parte de los gobernantes secesionistas. No peca este ministro de inocencia, por tanto lógico será que barruntemos que alberga más que un descuido una oculta intención, de paños calientes. También causa bochorno el hecho de que, ante un fallo judicial, por unos abusos detallados por parte de cinco mangantes (mangantes y algo más), los políticos ‘visibles’, salvo excepciones, cuestionen el veredicto emitido por una magistrada y un magistrado (el tercero, con su voto discordante no decide), sin encomienda alguna, y se erijan en prebostes de la interpretación de las leyes vigentes. En este ultrajante suceso, no anda manco tampoco el ministro del ramo, Catalá, para no verse arrollado por la protesta en las calles, con la treta de desviar la atención hacia una misteriosa incapacidad del juez discrepante.

Otros ingredientes de la salsa política han sembrado el regocijo, por tan caudalosos, de los informadores: los currículos inventados, las becas amistosas, el regalo de títulos y pequeños robos en establecimientos. En la medida en que van desapareciendo de la brega política personas cualificadas, esto es, con una trayectoria de formación y de trabajo estimables, aumentan los postulantes. Algunos elaboran su currículo con tal arte que, aunque carezcan de diploma más allá del de bachiller, ornan sus merecimientos con rimbombantes títulos de asistencia a jornadas, y denominaciones como esas de «cursó estudios de…, técnico de…». Estos días algunos han hecho limpieza en las redes, de su historial; otros se han adelantado a pedir disculpas, antes de que salten a la luz pública sus mentirillas, y no falta quien, para no sufrir prolongado bochorno, como el diputado gallego, Merlo, se fue para su casa.

Ahora bien, casos descarados, los del podemita Íñigo Errejón, con su beca, y la popular Cristina Cifuentes, con su máster; lo del hurto cremoso de esta última en el supermercado lo dejamos, con su mención, ya despachado, pues está inmerso en una suerte de hampa política familiar. No le faltan a estos dos, con sus affaires, concomitancias, como la amistad de los inmediatos: el catedrático de la universidad malagueña, la mano falsificadora en el máster de la Rey Juan Carlos; si uno obtuvo una beca denominada ‘pública’, pero como un guante ajustada a su currículo, y pudo disfrutarla, ‘estando sin estar’ a cientos de km, la presidenta madrileña tampoco precisó presentarse en las aulas para su máster, ni cumplir obligaciones y plazos comunes para los demás aspirantes. A la hora de las responsabilidades también están hermanados, pues si los beneficiados son ellos, aparecen como señalados los directores de sus cursos. El catedrático y diputado podemita, Montero, salió tan solo arañado del trance, con un apercibimiento, y Errejón, al no solicitar la renovación de su contrato, con el expediente que le fue abierto en la UMA en suspenso. Cifuentes, se vio obligada a dejar su cargo, y el juzgado habrá de resolver sobre los pormenores de su máster, para lo cual ya han empezado las citaciones.

En la viciada actualidad española, ante asuntos como este último, el profesor Emilio Lledó renuncia a la distinción, de la medalla de oro de la Comunidad madrileña, propuesta por el grupo socialista en la Asamblea autonómica. En diversos medios ha manifestado que era un galardón que sí le agradaría el recibir, porque «Madrid es una ciudad abierta que lo acogía», pero su renuncia era inevitable, dado que «la característica esencial de la política desde hace 25 siglos es la decencia». No es la primera vez que el académico Lledó clama por la decencia como virtud esencial en el ejercicio de la política. Por ir a tiempos cercanos, en septiembre de 2016, durante el acto de imposición de la medalla de oro, que le otorgó la Universidad de Barcelona, manifestaba que «la decencia es un concepto fundamental; es la entrega a unos ciertos ideales, que se juntan con los ideales tuyos y de los demás en función de una determinada colectividad que tiene que fluir su vida en libertad…». Y también recordaba que para Kant, únicamente por la educación llega el ser humano a ser humano.

Este miércoles, festividad del Dos de Mayo, otros premiados acudieron a la recepción de su medalla en la Real Casa de Correos (de ilustrada arquitectura, con el remate del reloj del cabreirés Losada, acompañada por su primera hermana, la casa del maragato Cordero). El ambiente fue gélido, con las sillas vacantes de los presidentes anteriores, a excepción de Leguina, y con una repercusión informativa volcada en cotilleos de patio de vecindad. Lo contrario del positivo mensaje del profesor Lledó.
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