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El poder y su circunstancia

05/03/2023
 Actualizado a 05/03/2023
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Partimos de la base que quien ostenta el ‘poder’ es aquel que dispone del control sobre el destino de otra gente. El poder forma parte de la vida y está en todas partes. Nadie está exento del poder de otra persona. Y todos ejercemos poder sobre los demás, salvando algunos casos, como la dependencia extrema o la esclavitud. Los padres tienen poder sobre sus hijos (o se lo suponen), pero los hijos cuentan con muchísimo poder sobre sus padres. Podemos ser dueños de perros y gatos, veleros o coches, teléfonos fijo o móvil u ordenadores, pero con frecuencia estamos sometidos a su poder. Que se lo pregunten a los adheridos durante muchas horas al poder de la ‘maquinita’.

Sobre el papel, todos tendemos a estar de acuerdo con que debiera de existir el menor poder posible, y que sus poseedores deberían estar sometidos al control del resto de la gente. Es lo que llamamos «democracia», una solución política opuesta a la dictadura. Pero son relativamente pocas las personas que deseen una libertad auténtica. La responsabilidad es un fastidio. Muchos y muchas descubren que les conviene bastante más ser «seguidores», permitir que los gobernantes, los jefes, los directores, «los que marcan la opinión», esto es, todo tipo de ‘gurus’, ‘personalidades’, ‘famosos’, etc. tracen el camino y se ocupen de pensar... y uno pueda echarles la culpa cuando estemos descontentos.

No es una mera perogrullada que las personas que disponen de poder son más poderosos que otros. Pero no siempre es así, puesto que existen personas aparentemente poderosas con menos influencia que otros mucho menos visibles.

El síndrome del poder no es una enfermedad que afecte solo a los poderosos. Las víctimas del poder no son solo la ‘gente corriente’ sometida a sus abusos y caprichos. Con frecuencia, las personas que se encuentran encimadas acaban siendo víctimas, al considerarse prisioneros de su séquito.

A lo largo de la historia, una vez eliminado el ‘tirano’, el poder no pasa a manos de los revolucionarios o del pueblo, sino que lo ostentan los mismos oligarcas que lo poseían anteriormente u otros que se comportan igualmente. Sirva de ejemplo el final del sistema colonial. En muchos países el poder quedó en manos de camarillas locales para nada mejor (en muchos casos peor) que las potencias extranjeras a las que han sustituido.

En resumen, el poder es una droga adictiva. Los que ostentan la autoridad terminan creyendo a menudo que son mejores, más listos, más sabios que las personas normales, porque ellos tienen el poder. Además están rodeados de aduladores, correveidiles y aprovechados que alientan sus falsas ilusiones. La ilusión que vive el que se siente «superior» es una agresiva causa de estupidez. Como lo es la violencia, estulta no solo por sus consecuencias, sino también por la cobardía y la debilidad mental que frecuentemente constituyen su origen.

Se me ocurre y aprovecho para ‘ripiar’ el ‘poder’ en rima consonante del siguiente modo: «¿Para qué tanto poder de mandar y dominar, / si por tanto celo en él / se es sujeto para odiar, / diana para no ser / y nada para envidiar? // ¿Para qué tanto poder / de ordenar y gobernar, / si por su mucho querer / es capaz de trastornar / el juicio de un malquerer, / que en inquina personal / puede llegar a coger / una pistola y matar? // ¿Y de qué vale el poder / sin vida que disfrutar, / ni conquista que emprender / ni nada que gestionar, / ni deleite ni placer / de conceder o privar, / no quedando por saber / dónde el alma fue a parar, / si al antro de Lucifer / o a la gloria celestial?
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