10/07/2021
 Actualizado a 10/07/2021
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La cosa empieza con el arbolito. Verán, hay una costumbre en algunos colegios que consiste en pedir a los niños de alrededor de cinco o seis años que dibujen un árbol familiar ilustrado con fotos y que lo expongan ante sus compañeros. Es esta una chorrada de entre las muchas que llevo vistas en los últimos años.

Solicitar esta tarea aparentemente creativa e inocua es de una ignorancia supina, si no de una perversión sofisticada que no debería existir en un colegio. Como ven, ofrezco el beneficio de la duda ya que es habitual atribuir al prójimo una inteligencia o una intención que ni se le ha pasado por esa mente preclara que tiene y que se asemeja más a un seto podado al ras que a un olivo centenario.

Los niños, pequeños inspiradores de amor incondicional, son también esponjas de todo lo que escuchan en casa y pueden ser mucho más crueles que cualquier adulto. La maldad infantil es infinita, espontánea e inimputable.

Por este motivo, la operación arbolito es una majadería como la copa de un pino (valga la redundancia) y obliga a niños que son hijos de familias monoparentales o de parejas homosexuales a dar explicaciones a una panda de micos venidos de toda circunstancia y «educación» casera, que luego van a poner sobre el tapete del patio y de las redes sociales un asunto que en ningún caso debía haberse aireado a gusto y en tiempo del centro escolar.

Muy mal, estimados docentes proclives al arbolito. Ese árbol no les deja ver el bosque y el bosque está que arde.

Doy fe de haber escuchado verdaderas barbaridades salidas de esas boquitas de azúcar infantiles que hablan por mor de sus padres, inferidas a otros niños que ellos consideran distintos o ridiculizables.

Hay quien podrá decir que este arbolito de marras es justamente la normalización de una situación social, pero a estos paisanos no les vamos a tener en cuenta, ya que por lo visto desconocen el tempo de desarrollo intelectual y la capacidad de desarrollar una independencia intelectual y emocional de sus padres, de los «infantes» en general.

No nos damos cuenta de la importancia de los pequeños gestos. Hay un refrán anglosajón que dice que el diablo está en los detalles y estoy de acuerdo.

Nos llevamos las manos a la cabeza por las palizas y los horrores que vemos entre adolescentes, bien reciente tenemos la muerte de Samuel a patadas y en plena calle, pero no parece que nos preguntemos dónde está el origen de esta violencia. Los orígenes, la raíz del problema. Eso que, si no detectamos, localizamos y erradicamos hará inútil cualquier parche jurídico. No habrá justicia verdadera hasta que solventemos la causa.

El origen está en casa y en segunda instancia en los colegios. La cosa empieza con algo aparentemente intranscendente como, por ejemplo, un comentario en la mesa, un agravio comparativo o por ejemplo, un arbolito.
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