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Los edificios permanecen

06/10/2023
 Actualizado a 06/10/2023
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Los tiempos cambian, y ahora, mucho más deprisa. Los usos, las costumbres, las condiciones, la tecnología, modifican nuestra vida y nuestro entorno. Algo normal y lógico, en funcionamiento durante años, incluso siglos, cambia, y deja fuera costumbres, muebles, ropa (más que nada), y, desde luego, los edificios.

Se puede guardar la ropa para mejor proveer, no sea que adelgacemos o, como muchas veces pasa, se vuelva aponer de moda. Pero en un edificio, eso no es posible, se hacen para cien años (asa es la cifra mágica que se maneja, aunque pueda ser mucho menos o, como es más normal, mucho más).

Esa  permanencia muchas veces tiene consecuencias leves: un azulejo, una pintura, radiadores… pero la cosa se complica cuando lo que cambia es el destino, el uso, de todo el edificio.

Hace unos días, el antiguo cine Trianón ha sido autorizado para convertirse en gimnasio, y esto merece una reflexión, tanto por la generalidad del suceso como por él mismo.

El cine, el teatro, incluso los toros, han cambiado, por la propia tecnología, el costo o, como en los toros, por las presiones políticas de los animalistas y alrededores.

Ciñéndonos al cine y al teatro, espectáculos ambos que requieren edificios exclusivos, absolutamente dedicados a ese uso y que, en principio, generan un inmueble con personalidad y presencia en la ciudad, lo que, casi de inmediato, y sino, seguro en el futuro, les hace emblemáticos y a conservar como cultura de la ciudad. Un honor… y una tragedia, porque si su destino desaparece, desaparece también su razón de ser, pero no su exclusividad y presencia.

Los Planes Generales tienden, por principio a preservar el inmueble y, de paso, su uso, tal y como ha pasado con nuestro Emperador y nuestro Trianón.

Al primero se le dio la solución, caritativa, diría yo, de, una vez convertido en propiedad pública, destinarlo a ser el Centro Nacional de Artes Escénicas y de las Músicas Históricas, título rimbombante y, visto el resultado, poco más, porque, después promesas y ofrecimientos, se hizo un concurso, que por cierto ganó Peridis, arquitecto palentino y dibujante, y que sigue durmiendo el sueño de los justos. No han faltado posteriores promesas y asignaciones, pero lo cierto es que va en la misma senda que la integración de FEVE.

Lo del Trianón ha sido, y es, más movido. Fue clasificado en PGOU con uso socio-cultural, lo que le obligaba a seguir con lo que era, un cine, además de haber sido previamente clasificado en el nivel 2 de conservación (el1 es la Catedral), algo que parecía excesivo. 

Puesto que era, y es, de propiedad privada, ésta tenía que buscar cómo seguir ganándose las habichuelas, así que, una vez cerrado como cine porque las grandes salas de proyección pasaron a mejor vida, empezó el largo camino de la búsqueda y captura de un uso posible.

Sí, primero fue una discoteca, con gran disgusto de los vecinos, a los que los decibelios no les sentaban demasiado bien. Luego se convirtió en un parque infantil, fruto del cual, una buena parte de las pinturas que adornaban el interior fueron cubiertas con infantiles reproducciones de Goofy, Micky Mouse y el Pato Donald. Menos mal que, siendo una barbaridad haberlas tapado, tampoco eran una maravilla las originales, aunque su valor mayor tenían.

Intento hubo de dedicarlo a su uso original, el cine, adaptando el interior a lo que es hoy la forma de funcionamiento de los mismos, con varias salas de diversos tamaños, conservando la parte delantera, con aquél su ambigú, la escalera imperial y todo un gran espacio con los elementos típicos del interior. Pero desacuerdos entre la propiedad y el promotor, juntos y por separado, dieron al traste con la operación. Y aún seguía clasificado como socio-cultural, cosa imposible, aunque tiempo después, vía modificación del PGOU, se abrió a nuevos usos posibles que permitieran mantener el edificio en pie.

Intentos hubo de convertirlo en centro comercial y algún otro, hasta llegar  al de hoy, como gimnasio. 

Esperemos que sea el definitivo, que no el último, porque el futuro de estos edificios sigue  sin resolverse, y no sería el primero, que casos ya ha habido, en que se terminó declarándo la ruina y el derribo.

Y esa esa es la tragedia de estos edificios singulares, de buenos arquitectos, Manuel Cárdenas en el Teatro Emperador y Javier Sanz en el Cine Trianón. Su destino y génesis ha desaparecido. Mantenerlo tal cual, sin uso, es costoso. Y sin unos posibles ingresos, se convierte en misión imposible. Porque un edificio cerrado siempre tiene un elevado riesgo de ruina. Por mucho que se les facilite el futuro con otros usos. Usos que, generalmente, se les mete con calzador.

Un buen problema con muy mal futuro.

 

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