Distopía basada en hechos reales

24/05/2024
 Actualizado a 24/05/2024
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Salían hace poco unos cuantos leoneses divagando sobre el tipo de libro que escribirían si es que en esa aventura se embarcaran. En oportuno recinto, rodeados de las varias casetas que forman parte de la Feria del Libro, respondían pensativos ante la cámara y las contestaciones pasaban por las distintas espigas del amplio abanico de la literatura. Desde autobiografías hasta novela negra. De libros de cocina a ejemplares rendidos al mundo del romanticismo juvenil que tanto gusta y tantas veces ha podido introducir a las gentes en el clarificador y reconfortante mundo de la lectura. Desde ideas manidas y deshuesadas hasta otras tan originales como las obras de clásicos griegos que teatralizaban tragedias haciéndolas cómicas en su devenir. Por poner un ejemplo.

Yo escribiría una novelilla corta por falta de tiempo y miedo a disgustar. Sería algo así como una distopía con inventos amenazantes que respondieran al nombre de ‘Ía’. Habría plataformas extrañas e intangibles que permitirían a sus usuarios dar constantemente su opinión y los juicios se celebrarían en modos virtuales. En lugar de culpables o inocentes, una especie de GranHermano tecnológico al estilo Orwell diría «¡Que le lancen a las hordas de X!» para resolver si el acusado adquiere la condición de ‘cancelado’ o no. Las personas dejarían a un lado el lenguaje común de los comunes y hablarían con siglas y acrónimos del tipo ‘pec’, ‘npi’, ‘lol’, ‘omg’ o ‘npc’. El afecto y la admiración se demostrarían pulsando un botón que ni siquiera se pulsa; dejando caer el dedo sobre una pantalla llena de estímulos que permita estar al día de las –muchas veces– anodinas reflexiones condensadas en tres líneas de texto. O de unos bailes acelerados que gesticulan al ritmo de lo que dice una canción ininteligible a modo de espectáculo de artes escénicas. Los premios Cervantes pasarían desapercibidos entre la multitud de individuos que han dejado posar su dedo sobre una pantalla para después hacer cola en busca del autógrafo de su admirado ‘influenciador’. 

La llamaría ‘Ese mundo que nadie comprende’. Quizás, añadiría subtítulo: ‘Ese mundo que nadie comprende... Y que todo el mundo finge comprender’. Y, pensándolo bien, poco tendría que ver con una distopía. Sería una novela de esas que, llevada a la pantalla, rotularía en grande: ‘Basado en hechos reales’. Y hasta se convertiría en un superventas por su ridiculez.

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