Alfonso B&W

Detrás de la barra

14/03/2024
 Actualizado a 14/03/2024
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El tiempo puede pasar deprisa y despacio al mismo tiempo. Y no lo digo por rendir un homenaje al inane Mariano con un enredo léxico de los suyos (pese a merecerlo porque otro vino que bueno le hizo), sino porque han transcurrido cuatro años desde que el puto coronavirus nos trasladó durante cierto tiempo a una especie de cuarta dimensión. 

Y hay veces que me parece increíble que hayan caído ya tantas hojas del almanaque desde entonces, pero en otros momentos tengo la sensación de que aquello hubiese sido una película fechada en la época en la que los cineastas rodaban todavía en blanco y negro.

Uno de esos momentos llegó cuando la vicepresidenta segunda de esta nuestra vieja y maltrecha piel de toro –que ha aprendido lo que es sumar cero en su propia tierra– salió a la palestra queriendo imponer un toque de queda a la hostelería. La verdad es que no sabía si habíamos retrocedido en el tiempo cuatro años o medio siglo, porque los aires liberticidas delatan a una patulea que en cualquier momento querrá fijar incluso la hora a la que debemos ir a mear.

Mejor metiditos en casa, que no haya tiempo de tomar una caña o cenar al salir de trabajar, no sea que socialicemos demasiado con nuestros semejantes y lleguemos a la conclusión de que ustedes sobran porque no quieren –o no saben– gobernar. No es necesario cerrar los bares antes, sino hacer que se cumplan los convenios que el sector hostelero ha firmado con sus trabajadores y que cobren lo que les corresponda si su jornada se alarga más de la cuenta.

Pero eso pasa por que quienes trabajan en el Ministerio de Trabajo hagan su trabajo –sigue sin ser un homenaje al inane Mariano, lo prometo– y eso resulta harto difícil cuando tienen su puesto asegurado con independencia de que cumplan o miren la vida pasar.

Además, la experta en sumar cero sólo se fija en los camareros y olvida que también hay periodistas, sanitarios, policías, bomberos y muchos más profesionales cuyo reloj no distingue entre la noche y el día, pero su salud mental no parece ser prioritaria y sólo le preocupa la de quienes precisamente velan por ella con el simple hecho de estar detrás de la barra. 

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