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¿Descuido involuntario u omisión deliberada?

10/03/2024
 Actualizado a 10/03/2024
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En el programa vespertino de La Ser, dirigido por Carles Francino, del pasado viernes, y en el intervalo dedicado a Paradores por Paco Nadal, se hizo mención, como era obligado a nuestro Hostal de San Marcos. 

Si el espacio radiofónico estaba dedicado sobre todo a resaltar las virtudes artísticas de la fachada plateresca y a la importancia de los cuadros pictóricos de su interior (si no recuerdo mal los de Carmen Laffon), no hubiera estado de más, a mi modesto juicio, navegar en el tiempo hacia tiempos más modernos y dedicar unas breves palabras al hecho tristísimo de San Marcos como albergue de presos llegados de muchos lugares de España durante la Guerra Civil Española. Porque el actual parador vivió la etapa más dramática de su historia entre los años 1936 y 1940, cuando fue destinado a campo de concentración. Edificio donde llegaron a estar recluidos hasta 7.000 hombres y 300 mujeres al mismo tiempo, aunque las estimaciones apuntan a que, mientras duró el conflicto bélico, el número de milicianos republicanos y presos políticos llegó incluso a 20.000. En distintas salas, como la Tercera, la Cuarta, el Museo, el Picadero, el patio y, sobre todo la carbonera, una habitación de medidas convencionales, llegaron a albergarse hasta 50 hombres amontonados unos encima de otros y sin apenas ventilación. De la carbonera, una especie de celda de castigo, salieron muchos cadáveres que se unirían a las víctimas de la represión directa, esto es, a aquellos que salieron del Hostal para ser ‘paseados’ (fusilados sin juicio previo). Uno de ellos, Joaquìn Heredia Guerra, presidente del Comité Local de la Cruz Roja y entrenador nacional de la selección española de fútbol en 1923, fue fusilado por la entonces ‘gravísima condición’ de pertenecer a la masonería, conjuntamente con otros presos en la cercanía de Mansilla de las Mulas, estando aún por saberse con exactitud la fosa común donde reposan sus restos (vid. de mi autoría ‘¿Qué fue de Joaquín Heredia?’, Ed. Lobo Sapiens, León, 2011).

No es solo el espacio radiofónico de la SER donde se omite aludir al Hostal de San Marcos como campo de concentración. En el trenecillo que hace el recorrido turístico por las calles de León, con paradas obligadas frente a la catedral, San Isidoro y San Marcos, oí un día a la guía limitándose a decir ante este último que su origen se sitúa durante el reinado de los Reyes Católicos, y que fue hostal de peregrinos a Santiago y cárcel del escritor Francisco de Quevedo. Punto y en marcha. ¿Por qué sólo se habla de un preso y se calla que en este lugar, cuatrocientos años después, estuvieron encerrados alrededor de veinte mil prisioneros políticos? El último en morir hace un par de años, Josep Salas, a los 102 años. No hacer mención que también fue campo de concentración durante la Guerra Civil, resulta un agravió hacia los que en él lo padecieron. No se pide nada más. Entrar en pormenores sobre los hombres y mujeres que ahí malvivieron en condiciones infrahumanas –parte de ellos ‘paseados’–, sería demasiado y, para muchos, hiriente, porque hablar de represión es ‘abrir heridas’. 

Yo me pregunto y me digo, ¿por qué tal renuncia en ambos casos? ¿A quién corresponde omitir información en una emisora y en un trenecillo con lacónico y renuente discurso? Pero en un país de conspicuos intereses ignoro a quien responsabilizar. Sea quien y por qué fuere, es obvio que se omite el hecho de haber sido San Marcos un campo de concentración de los más hacinados y crueles.

 

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