08/12/2023
 Actualizado a 08/12/2023
Guardar

Como no todo es política nacional, me gustaría hablarles de un tema local, en principio menor, que llevo varios meses aplazando debido a la frenética actualidad política.

Como les digo, de lo que les quiero hablar hoy es de un tema que, a simple vista, parece de poca importancia, pero que tiene más repercusión de lo que a priori, podríamos pensar, sobre todo en una ciudad eminentemente turística y que en algún momento ostentó aquel título, de recorrido incierto, como fue la capitalidad gastronómica.

Me refiero a la hostelería leonesa. Un sector muy importante tanto en la capital como en la provincia, que nos otorga el dudoso honor de ser la provincia con más bares, concretamente con 3,5 establecimientos hosteleros por cada 1000 habitantes y que la ciudad de León sea también la capital de provincia con más bares, con algo más de 5 por cada 1000 habitantes. Está claro que a los leoneses nos encanta socializar y compartir ocio en nuestros queridísimos bares, pero qué quieren que les diga, habría otras mejores ratios de las que sentirse orgullosos.

El tema es que, como en otras tantas cosas por nuestra tierra, en la hostelería nos hemos quedado anclados en las últimas décadas del siglo XX y pensamos que nuestros bares son un ejemplo internacional de cómo hay que hacer bien las cosas y que es motivo y reclamo para atraer turismo internacional.

A poco que viajemos, nos podremos dar cuenta que los reclamos gastronómicos van por otros derroteros muy diferentes a los de la ‘tapa gratis’ y la fritanga a gogó. Por suerte, parte del sector hostelero lo entendió hace tiempo y se esfuerza en dar calidad en locales de cuidada decoración, con detalle al servicio y al producto. Pero hay aún muchos que priman la cantidad de tapa sobre la calidad y yo me pregunto, ¿habrá muchos franceses, alemanes o coreanos que programen un viaje a León por probar gratis unas patatas y unos calamares fritos? Es un auténtico delito en una provincia como la nuestra de tantos productos excelentes.

Capítulo aparte son las pseudo terrazas aparecidas tras la pandemia, a los que muchos parecen haberse acostumbrado y que, en lugar de buscar la creación de espacio ganado para los peatones al tráfico rodado, se han convertido en peligrosos abrevaderos humanos en los que se permite todo, desde vallas de obra de esas azules, hasta cuatro palos mal puestos con una cinta de plástico más propio de una zona acotada de crimen.

Y si no fuese suficiente esto, ahora esas ‘terrazas’ se convierten, durante los meses de invierno, en depósito provisional de mobiliario, con sillas y mesas apiladas. ¿De verdad es necesario? Intentemos ponernos en el punto de vista del turista y entenderemos que no es normal.

Aprovecho estas líneas hosteleras para mostrar mi solidaridad con un ejemplo de cómo se hacen bien las cosas, se genera un buen nombre y se cohesiona toda una comarca y que, por desgracia, se han visto obligados a cerrar. Ha sido un placer conoceros, Toche y Mar del Villamor de Riello.

Lo más leído