18/10/2023
 Actualizado a 18/10/2023
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Hace poco tomando un café con una amiga que se prodiga en las aplicaciones de citas y me muestra lo que va encontrando, descubrí a un conocido entre los rostros allí expuestos. Fue grande mi sorpresa cuando al leer la información a pie de foto comprobé que aquello no se correspondía en absoluto con lo que yo sabía de él. Me pregunté cuál sería la realidad y mi amiga me preguntó a su vez si eso verdaderamente importa. 

Ella misma había estado saliendo con un hombre que resultó estar comprometido con otra mujer, algo que descubrió un año después cuando él desapareció sin mediar palabra y tras una búsqueda bastante obsesiva, ella supo de su reciente enlace matrimonial con una rica heredera extranjera. La extranjera no tendría ni idea, como es lógico, de la existencia de ese otro hombre, con el que no se habría casado, pero se estaba casando, y que mantenía varias vidas paralelas de las que ella participaba tangencialmente. 

Todos somos desconocidos, dijo apartando el rollo de canela, como si tal cosa. Piénsalo, hoy sientes algo y mañana quieres justo lo contrario, no hay garantías, todo es vértigo. Además ¿quién se conoce a sí mismo? nadie. Y si no te conoces a ti mismo, nadie puede conocerte. 

Lo cierto es que estaba de acuerdo con esas afirmaciones, pero no encontraba relación alguna entre ellas y el ‘supuesto de hecho’, que por lo visto es bastante habitual hoy día y yo subsumiría dentro de de la estafa con todos los elementos del tipo: conocimiento y voluntad de delinquir, por muy duro que suene. 

Se me ocurrió entonces que debería escribir un cuento corto sobre este hombre de vida desdoblada. Me pareció un buen desenlace para su historia el que, contra todo pronóstico, terminase enamorándose de su riquísima esposa y que ella un aciago día fuese diagnosticada con el extraño síndrome de Capgras.

Incapaz de reconocerle, con la firme creencia de que ha sido reemplazado por un impostor idéntico a él, le rechazaría de por vida y le buscaría en todos los que pudiesen recordarle lo que un día perdió. 

Eso del síndrome es tristísimo, dijo mi amiga.

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