13/11/2022
 Actualizado a 13/11/2022
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«Esto ocurrió en un tiempo y en un país en que muchos de nosotros estábamos enamorados de la vida. ¿Os acordáis?, ¿os lo han contado? Estimábamos a nuestros políticos y confiábamos en ellos. Casi podíamos acariciar el futuro como el lomo de un tigre amigo y hasta cómplice… Parecía que en el resto de Europa era lunes y que aquí era domingo».

Suena a gloria este párrafo del recién premiado Landero, al que estos días todos releemos. Qué apetecible resulta eso de acariciar el lomo del futuro, como tigre cómplice y amigo, y esos domingos de un país en el que nos sentíamos seguros, con la vida custodiada por una Sanidad modélica, envidiada por la Europa en la que era lunes. Si, muchos añoramos ese lugar en el que el futuro tejido por nuestros mayores pasó a ser pasado en tiempo récord, siendo culpables de ello por entregárselo a enfermos del capitalismo, permitiéndoles convertir en negocio nuestras vidas y muertes, sin rebelarnos. Hace dos años acabé una columna diciendo que, si aquel triage por edad en el que sentenciaron a muerte a los ancianos sin seguro privado, quedaba sin castigo, estábamos autorizando que ocurriera de nuevo. Y aquí estamos, asistiendo a un triage económico en el que se niega el derecho constitucional a la asistencia médica en la sanidad pública, que es otra forma de segar vidas.Y lo llamo así, sin intención de ser políticamente correcta ni buscar eufemismos para nombrar el delirium tremens de que un médico atienda por videollamada, con un celador y una enfermera haciendo de puente entre él y el paciente. Solo una persona demente confusa (perdón por la errata, quise decir ‘de mente’) puede calificar esta locura de «reforma severa de la sanidad para maravillar al mundo», relegando a Trump o a Boris Johnson a simples aprendices de locos. Hay que estar muy desnortado para alardear, en vez de sentir vergüenza, del aspecto tercermundista que la capital del reino está exportando, con cientos de carteles anunciando: NO HAY MÉDICO y colas de gente pidiendo ser atendida.Hay que tener mucha desfachatez y ausencia absoluta de moralidad para llegar a ese extremo y usar el poder que se les ha dado para destruir a mazazos un estado de bienestar que no les pertenece.Hay que ser muy descarado para gritar a los cuatro vientos que faltan médicos en toda España (obviedad absoluta) mientras despides a seis mil sanitarios y ahuyentas a los que nos quedan. Hay que sentirse muy impune para denigrarlos como a peleles, zarandearlos a su antojo de un destino a otro, avisados con horas de antelación, o insultarlos con sueldos que en veinte años suman lo que el nepotismo fraternal llevó al bolsillo de su hermano. Hay que tener muy poca ética para mofarse e investigar el estado de ansiedad y la presión que los empuja a abandonar su trabajo, su Comunidad y, en el peor de los casos, cruzar fronteras.

No. No es admisible que al hecho de estar enfermo, necesitar un médico, un tratamiento urgente, un quirófano o un servicio sanitario que pagamos, se sume la angustia de no encontrarlo a tiempo. Un político no puede tener autoridad para tanto, para maltratar a los enfermos que, viendo lo que ocurre ahí fuera, es para entrar en pánico o tener el deseo irrefrenable de maldecir a la ralea política que sustituyó a aquéllos en los que Landero confiaba, ahora convertidos en el mayor peligro al que se enfrenta el país, que ya parece el delta del Ganges, rodeado de tigres. Fue un error acariciarles el lomo y otorgar poder al felino más peligroso para el humano al que, entre otras ‘cualidades’ se le define como codicioso, despiadado y capaz de provocar miedo a todo su entorno. Si a eso le sumamos la ausencia del más mínimo asomo de cordura, el insulto y disparate como método y el descarado trasvase de dinero público a la sanidad privada, ya tenemos a su homologo humano, sin haber sido declarado peligro público.

Hoy, mientras vemos esa marcha blanca por las calles de Madrid, los que seguimos enamorados de la vida nos sentimos tan agradecidos como desgastados, asustados y en peligro si no ganan la batalla. Lástima, nosotros no éramos así. No lo digo yo, sigue siendo cosa de Landero «Nos gustaba la vida, nos gustábamos a nosotros mismos… y luego no sé en qué momento, en qué aciaga sucesión de momentos todo aquel alarde de dicha y de vigor comenzó a convertirse en decepción...». Una aciaga sucesión de desatinos que está convirtiendo en misión casi imposible mantenerse vivo si una enfermedad te atrapa sin medios para esquivar una lista de espera infinita mientras, de los sesenta y dos millones destinados a ese fin el año pasado en dicha Comunidad, no se gastó ni un euro.No, no debimos dejar vidas humanas en manos de personas dementes clasistas y elitistas (perdón, de mentes) a las que, de humano, solo les queda el aspecto. No debimos hacerlo.

Y sin pretensión real de que ocurra, uno sueña despierto con ver al monstruo de frente, o que lea tu columna para gritarle: «Deja en paz mi Sanidad, maldito. La necesito para seguir vivo».
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