Cuidado con los olores

18/04/2024
 Actualizado a 18/04/2024
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Hay olores que son amores y otros que son dolores. De los primeros hablaba el otro día con un amigo, que cualquier día perseguirá perfumes por las avenidas buscando el causante de su momentáneo hechizo olfativo. No le juzgo, pues me pasa cada vez que acudo a cierto deporte y lo que entra silencioso e indoloro por la nariz me despierta la nostalgia de la infancia, que a mí se me pasaba entre colchonetas y levantando las manos.  

En el lado opuesto está el hedor nocturno del Barrio Húmedo, donde a la hora en la cual la madre de Ted Mosby nos recomendaría a todos irnos a casa, se abren las puertas del todo vale. Algunos vecinos de la zona califican a las personas que pierden el freno como «orcos» y, aunque no creo que se pueda generalizar de esa forma, sí que ha llegado un punto en el que es aconsejable cruzar de madrugada la plaza del Conde Luna, por citar un ejemplo, con una pinza en la nariz. Al llegar el buen tiempo, la noche se alarga aún más, como una Nochevieja cada fin de semana, en la que las puertas del pub cierran, pero la fiesta continúa en la calle, para lamento de los vecinos y dolores de cabeza para los agentes del ‘orden’. Parece ser que no es suficiente la decisión de desplegar coches vacíos por cada calle, ni sancionar a los locales que incumplen normativas. Una vez llega el día, cuando los perfumes –y el servicio de limpieza– regresan a tapar los malos olores, se palpa en el ambiente un consenso social contra los excesos de la noche leonesa. Un ocio nocturno que componen tanto jóvenes como boomers, los grupos de amigos con calimocho y vaqueros, los empresarios de traje, corbata y gin tonic, los que salen del casino y, también, los que celebran que su amiga o amigo termina su soltería y deciden que León, por su fama de fiesta húmeda, es un buen lugar para ir a olvidar, despedir o lo que surja. 

Entre tantos olores nocturnos, el Ayuntamiento ha decidido, por alguna extraña razón, que los únicos que apestan son los que vienen a celebrar una de las mayores razones para una fiesta con amigos. Que se les ponga unos límites parece razonable, pero que se les prohíba, como quieren hacer, disfrazarse como les dé la gana, es sencillamente un ataque a la libertad individual que huele medieval. 

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