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Continuo dérmico

16/07/2023
 Actualizado a 16/07/2023
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Comienzan las vacaciones veraniegas, las más deseadas y más rompematrimonios. Y la peña quiere libertad de horarios, libertad de comidas, libertad de planes y libertad de personas. En otros tiempos eso pasaba por quitarse el reloj y dejarlo en el cajón (muy socorrido también para suavizar la marca de leche grabada a fuego en la muñeca). Así era fácil desatender las citas con los demás, no respetar su tiempo, ser muy espontáneo e improvisador, llegarle media hora tarde a todo el mundo, no hacer planes, solo los de uno, hacerlo todo al propio antojo.

Pero hace mucho que dejó de ser clave quitárselo, porque la gente seria ya no necesita llevar el peluco para cumplir. Los que lo usan se someten gratuita y voluntariamente a sí mismos a la tortura de cargar la muñeca con un telar, y a los fetichistas de la piel en continuo les torturan impidiéndoles la visión de un todo. Los relojes son el martirio de los buscadores de bracitos limpios, mirones a los que también molestan las picaduras de insectos y las de aguja de los aficionados a la vía intravenosa en las caras internas. La tinta de tatuaje es diferente cosa pero también les perturba. Lo saben bien las mujeres francesas iconos de estilo, entre las que ya hace ocho años la prensa destacaba que se había impuesto la tendencia del ‘être blank’, lucir piel sin marcas. Lo único que permiten los fetish del brazo desnudo es el vello, por poco molesto. Incluso se diría que esa pelusilla renovada sobre el antebrazo podría llegar a imprimir un aura de limpieza y santidad a los tatuajes de Robert Hernández.

Pero es fácil entender a los fervorosos del continuum dérmico. No quieren encontrar obstáculos cuando acarician con la mirada o la mano. No quieren rozar. Encontrarse con una tuerca de cuerda de reloj es para ellos como para mí atizarme una vez más en el meñique del pie con el resalto del canapé cuando ando descalzo a prisas por el dormitorio. Un martirio. Por eso empatizo hondamente con ellos.

Pero no acabo de pertenecer a su culto. Todavía me pica la curiosidad no exenta de envidia cuando veo ciertos relojes. Me pasa si cazo a alguien con un Constellation Quartz de Omega, extraplanas esfera y pulsera metálicas. Y también al ver un Alter Ego de Tag Heuer, el más bonito ensamblaje de eslabones visto en suiza. De los I-Watch de Apple tengo que reconocer que me dan impresión de pulcritud, aunque yo nunca me pondría uno. Una cosa es verlos y otra padecerlos.
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