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Contando verbenas

18/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Si la revista ‘El Jueves’ sale los miércoles a esta columna le ocurre algo parecido. Escribo estas líneas en lo que para usted es ayer, miércoles, a horas de comenzar las fiestas patronales de mi pueblo y con el sonido de los primeros acordes charangueros de fondo. En su ayer tengo sed de vino y en su hoy de agua. No mate al mensajero, pero si se dice que las bicicletas son para el verano, de un modo u otro, los pedales deben serlo también.

Pero más allá de calimochos y vasos de tubo, con la mente despejada de escribir estas líneas en su ayer y no en su hoy, uno no puede más que reconocer cuánto le vienen a la memoria estos días durante el resto del año. Las fiestas son para la mayoría de pueblos leoneses el eco de viejos tiempos de calles llenas y casas abiertas. Una idiosincrasia conservada casi en sacralidad que despierta cierto orgullo identitario a cualquiera, vecino o visitante, que pueda presumir de tener su lugar en el mundo en algún rincón de esta vaciada provincia.

Así, la fiesta del pueblo se puede reconocer en ese concurso de pasodoble que continúa ganando la misma pareja de octogenarios o en dos adolescentes vestidos de peña metiéndose mano a escondidas. Lo mismo en conseguir dos tickets en una única tirada a los monos que en decir al tombolero que la carabina está desviada cuando vuelves a fallar. También en ese abuelo enseñando al nieto cómo coger la teja de la tarusa o por dónde debe pasar el bolo para hacer un ahorcado. Por qué no en una paellada popular en la que se puede repetir hasta cuatro veces, en el tapete de tute sobre el que se reúnen una vez al año cuatro amigos o en cada patada en la espinilla a los del pueblo de al lado en el torneo de futbito. Y sí, en el ‘Paquito, el Chocolatero’ de la diana y en ese remojón en el caño a la amiga que llevas por primera vez.

Ya sea en orquestas, encierros, semanas culturales o concursos de tortilla, en un tiempo en el que se consolidan festivales y largos viajes a paraísos varios, las fiestas de los pueblos siempre logran reivindicarse como una moda atemporal. Y es que en León... ¡lo que nos gusta una verbena!
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