30/09/2023
 Actualizado a 30/09/2023
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Este mes de septiembre nos ha dejado dos noticias lamentables que invitan a la reflexión. Una se refiere al aumento del número de abortos practicados en España registrado por el Ministerio de Sanidad, que ha crecido un 9 % solamente en 2022, hasta la escalofriante cifra de 98.316. La otra al incremento de agresiones sexuales cometidas por menores, que según la Fiscalía General del Estado es del 116 % en los últimos cinco años, desde las 451 causas registradas en 2017 hasta las 974 de 2022.

Hace ya muchos años los autodenominados progresistas, defensores del aborto y, en general, de la construcción de una sociedad que abandonase los valores del humanismo cristiano, sostenían que la nueva educación sexual y la generalización del uso de anticonceptivos redundarían necesariamente en una disminución del número de abortos. Según ellos, la eliminación de los tabúes sexuales que los tradicionalistas reaccionarios, y especialmente la Iglesia católica, habían impuesto a las generaciones anteriores, generaría una sociedad más civilizada, en la que se reducirían a mínimos los embarazos no deseados y las agresiones sexuales.

Ahora sabemos que el fruto de la sociedad postcristiana, en la que hace tiempo que vivimos, es el contrario, no sólo se disparan los abortos, sino que nos enfrentamos al novedoso fenómeno de las violaciones entre menores. Fuera del ámbito sexual podríamos añadir otros bien visibles, como el crecimiento del número de suicidios, particularmente entre jóvenes e incluso niños, el del número de ancianos que viven y mueren solos, o el descenso de la natalidad.

Que el camino que transitamos nos conduce al guano es un hecho comúnmente asumido, hasta los progres más progres con hijos pequeños están asustados por la pinta que tiene el mundo que les vamos a dejar. Sería razonable, por ello, que Europa echara la vista atrás y se planteara retomar los valores sobre los que se construyó, que no son otros que los de Roma y el cristianismo. Sin embargo, son pocos los que se atreven a hacerlo, y los que lo haces son tachados de ultras.

Es más fácil, desde luego, dejarse llevar por la corriente, ponerse las orejeras, hacer como que no pasa nada y lanzarse al precipicio de la agenda 2030.
 

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