La casa del pueblo

13/12/2023
 Actualizado a 13/12/2023
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Hace unos días se cerró la casa del pueblo, y así estará hasta la primavera del año que viene. Como sucede con las aves, las estaciones y sus consecuencias hacen que la abuela también migre durante los meses más fríos del año.

En la casa del pueblo no hay calefacción, pero tiene enroje. Después de quemar los palos y la paja por la mañana, el calor llega hasta la estufa para calentarla durante todo el día. Lo mejor es tumbarse a dormir la siesta sobre el suelo ardiendo aunque te salgan ‘cabras’, que vienen a ser rojeces en las rodillas que podrían convertirse en quemaduras de segundo grado si se está mucho tiempo sobre las baldosas ya ennegrecidas por el paso del tiempo.

La casa del pueblo recibe visitas de personas que no llaman al timbre, solo abren la puerta y gritan el nombre de la abuela. La estufa en invierno y el patio en verano son los lugares de reunión. ¡Ay, el patio! El patio es el mejor lugar de la casa del pueblo, sobre todo para desayunar. Tiene un nogal, «el acebo de la María» y varios rosales. El lilar, aunque se está torciendo, sigue dando las flores más bonitas. Eso sí, si pestañeas te lo pierdes, como todos.

Así como vienen visitas, la casa del pueblo ha vivido alguna que otra ausencia. Están las que se han notado en la mesa a la hora de comer y las que han hecho falta a mediodía o en un rato en la tarde. La tía que venía de Cádiz con el abanico hace tiempo que dejó de visitar la casa del pueblo para siempre. Y luego está la del abuelo.

La apertura de la casa del pueblo se retrasó un par de semanas este año. El inicio de la temporada lo marcó la ausencia más importante de todas. Y es que, ya no hay quien mire a la iglesia por la ventana desde el sofá o se siente en la silla de plástico en el patio para explicar cómo regar esto o aquello o qué cachivaches se pueden tirar o guardar.

Sin embargo, como «así es la vida», el cierre lo ha presenciado una persona nueva, conocida como «mi bisnieta», que ojalá quede encandilada con todos los juguetes que llevan guardados en la panera más de diez años esperando a alguien como ella. O mejor, que también se enamore de la casa del pueblo.

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