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Carbón y más (XXXII)

28/04/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Lo sé, tendrás razón. Llevamos ya dos horas discutiendo y podríamos seguir así dos días, pero, hijo, yo no lo entiendo. Todo lo que me dices parece tener lógica, pero no tiene ningún sentido, o al menos yo no se lo encuentro.

Tengo que creerte, tú estás muy preparado, y yo apenas sé las cuatro reglas básicas que aprendí en la vieja escuela del pueblo. No quise que fueras minero, con los pulmones negros de tu padre y tu abuelo la familia ya había cumplido suficiente con esta tierra. Por eso trabajé muy duro para que pudieras irte y estudiar una carrera, para que decidieras libremente tu futuro, sin tener que seguir el camino de polvo negro que nos ha llevado durante años a lo profundo del valle.

Vuestra generación fue extraña, fuisteis los primeros hijos de mineros que no seguisteis la tradición, que quisisteis formaros, ver mundo y enfrentaros a otras profesiones en las que nosotros no podíamos ayudaros con nuestros consejos. Solo dejaron de estudiar y se quedaron aquí los hijos de los capataces, que tenían un trabajo asegurado en las oficinas de la empresa.

No sé, después de una carrera, de un master, de tus cursos de especialización en economía global y comercio internacional, tendrás razón en todo esto que me dices, aunque me duela reconocerlo y las dudas sigan golpeándome por dentro cada vez que tú mencionas la palabra beneficio.

Me hablas de Australia y al oír ese nombre mi mirada vuelve sesenta años atrás, a la esfera terráquea que con tanto orgullo nos enseñaba el maestro, regalo de un antiguo alumno que había prosperado en el extranjero, y que lucía como una piedra preciosa en aquella aula pobre y oscura. Las antípodas, lo llamaba él, y decía abriendo mucho los ojos y poniendo un dedo en cada extremo de la esfera,que si hacíamos el pozo de la mina mucho más profundo, miles de kilómetros, acabaríamos llegando a Australia, donde nos recibirían muy alegres chicos como nosotros que montan en canguros en lugar de en burros.

Yo no sé mucho hijo, pero o han cambiado las cosas, o Australia sigue a miles de kilómetros de aquí.

Dices que allí las minas son a cielo abierto, con enormes máquinas que hacen el trabajo de cientos de hombres, y que esos mineros son mucho más productivos que los nuestros. No te quito la razón, pero aquí se juegan la vida todos los días bajo tierra, trabajando como el que más, y la empresa siempre ha sido pionera en tener las máquinas más avanzadas. Nuestro pozo es un ejemplo para todos los demás.

Será verdad que ahora hay buques inmensos, que cargan miles de toneladas de carbón en cada viaje, con banderas de conveniencia y tripulaciones en las que se habla en quince idiomas, que el petróleo esta barato y que ya no hay aranceles ni restricciones en la entrada del carbón al país.

Pero tú sabes como yo, que nuestro carbón sale del lavadero que hay junto a la mina, en una cinta transportadora que lo deja, en un viaje de apenas un kilómetro, en el parque de carbones de la central térmica que lo quema a diario.

Tendrás razón hijo, no quiero discutir contigo. Pero sigo sin entender porque la central térmica trae el carbón de Australia y no lo compra, como siempre lo hizo, en la mina que tiene al lado. Hay algo que ni tú ni yo sabremos nunca.
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