Secundino Llorente

‘Bullying’ ¡Realmente penoso!

16/03/2023
 Actualizado a 16/03/2023
Guardar
¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Cuántos niños y niñas tienen que morir para que empecemos a ‘poner manos a la obra’ de verdad? Cada semana aparece un caso en los telediarios. Lo sabemos todos, este problema afecta a los escolares de todo el mundo. Lloramos las muertes de estos muchachos en el amanecer de sus vidas. Celebramos el 2 de mayo como Día Mundial contra el Acoso Escolar con el fin de implicar a toda la sociedad en la tolerancia cero ante el acoso escolar. Ese día se llenan los centros educativos de lazos representativos de color púrpura. ‘Ya está bien¡. Ha llegado la hora de dar un manotazo sobre la mesa y gritar todos a coro: «Basta ya». Los lamentos después de la muerte de un niño sirven para poco. Dice el refrán a los que quieren remediar lo que ya no tiene remedio: «A burro muerto, cebada al rabo».

No es un tema nuevo. En los últimos años le damos el nombre de bullying, pero este fenómeno ha existido desde siempre. Hoy el acoso ocupa el primer puesto en el ranking de los problemas de un centro escolar porque sus consecuencias pueden ser graves para el resto de la vida de la persona afectada con episodios de estrés, trastornos de ansiedad, crisis de pánico, depresión, aislamiento social y, lo más terrible, este alumno puede llegar al suicidio. Si es cierto que el acoso es el principal problema de un colegio también se le debe dedicar la máxima atención. Si somos testigos de situaciones de bullying y no lo denunciamos nos convertimos en acosadores. Por lo tanto, la responsabilidad de detener este fenómeno recae en todos. Toda la comunidad educativa de un colegio o instituto es responsable de parar este fenómeno del acoso escolar: padres, profesores y alumnos. Por favor, no tengáis miedo a denunciar cualquier corazonada, sospecha o indicio de acoso escolar porque ese puede ser el principio de la solución de un grave problema. Yo voy a intentar poner mi granito de arena dedicando los tres próximos artículos a este maldito bullying.

El 21 de febrero, dos gemelas de 12 años se precipitaron desde el balcón de su casa, acto que provocó el fallecimiento de una de ellas y el ingreso hospitalario de la otra, en estado grave. Los hechos tuvieron lugar en Sallent, un pueblo de 7000 habitantes, a 70 kilómetros de Barcelona, concretamente en la calle Estació, donde vivían con sus padres y con un hermano de 10 años. La noticia ha llenado todos los telediarios y medios de comunicación. Esa misma tarde se despidieron de una compañera que acabaría siendo la última persona que las vio antes de llevar a cabo el intento de suicidio. Este viene a ser el relato escueto de los hechos.

La primera respuesta de los responsables, como suele ocurrir en estos casos, fue ‘escurrir el bulto’: «Las niñas gemelas de Sallent que se precipitaron el martes desde un tercer piso estaban recibiendo atención psicológica en el instituto Llobregat, donde estudiaban», según el alcalde del municipio. El Departamento de Educación negaba que sufriesen acoso escolar, como contaban estudiantes del mismo instituto y varios familiares. La familia de las niñas, nacidas en Argentina, se había instalado en el municipio hacía dos años y recibía atención de los servicios sociales. Fuentes del entorno de las menores explicaron que una de las hermanas se encontraba en un proceso de reconsideración de género, lo que pudo comportar situaciones incómodas. «Se cortó mucho el pelo y pidió que la llamaran Iván», «pero algunos la llamaban Ivana». Fuentes de Educación aseguran a El País que «ni los servicios territoriales del departamento ni el centro contemplaban la hipótesis del bullying». El alcalde también coincidía en la misma tesis.

Ese plan de escaqueo por parte de las autoridades tenía escaso recorrido. A pesar de que se escondían y El País reconocía que no había podido contactar con el director del instituto Llobregat, pronto los familiares de las menores, según recoge Europa Press, aseguraron ante los periodistas que «las niñas sufrían bullying y depresión» y que la escuela estaba al corriente. La presión de todo el pueblo ha obligado tanto el inspector del Departamento de Educación como el director del centro a reconocer a las familias que las gemelas habían sufrido bullying en el instituto. Cursaban 1º de la ESO. El acoso a las menores venía de antes, también lo sufrieron en la escuela Torres Amat. Detrás de esta persecución estaba un grupo de alumnos, conocidos por el centro. Se reían de ellas, las insultaban y las llamaban «sudacas». Los fragmentos que se han conocido de las cartas de Alana y Leila son estremecedores. Alana muestra su dolor por el acoso y por la ‘transfobia’ (la aversión a las personas ‘trans’ cuya expresión de género no se ajusta a los roles de género tradicionales): «Estoy cansada de que me hagan bullying en la escuela, no lo soporto. Yo quiero ser feliz, pero evidentemente yo esto lo voy a sufrir el resto de mi vida y tomaré la decisión de no seguir». Leila muestra un amor incondicional hacia su hermana que la llevó a enfrentarse a la muerte y dejó por escrito: «Perdónenme, voy a acompañar a mi hermanita, no la voy a dejar sola en este momento. Pero yo quiero vivir».

La noticia es brutal, espantosa y escalofriante, pero no deja de ser simplemente el arquetipo, la horma o el molde de uno de los múltiples acosos que culminan con el suicidio del acosado. ¡Qué pena! ¡Con lo fácil que hubiera sido salvar esta vida! Hoy Alana estaría viva si todo el colegio, desde el director hasta el portero, no se hubiera puesto de acuerdo en escurrir el bulto. ¿Qué hizo para evitarlo el director, el jefe de estudios, el orientador, el coordinador de convivencia, el tutor, los profesores, el delegado, los compañeros, los conserjes, los padres de los alumnos que lo comentaban en sus casas? Imagino que cada cual pagará las consecuencias de desidia y en su pecado llevarán hoy la penitencia. «Realmente penoso».
Lo más leído