08/03/2019
 Actualizado a 18/09/2019
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Hubo épocas difíciles para moverse, si no era a pie, en las cuencas mineras. Apenas existían coches particulares o transporte público, como mucho unas torpes y lentas bicicletas y algún burro cuyo fin primordial era transportar pescado. Entonces los mineros ‘bicicleteantes’ se cogían los pantalones con pinzas de asegurar la ropa lavada con jabón casero en los estupendos tendales comunitarios para no enredarlos con la cadena y desgraciarse.

Las bicicletas cuando caían en poder infantil o adolescente solían ser alquiladas y viejas bastante. Pero ¡cuánta alegría! proporcionaban a la tropa de chicos, pues a las chicas nos estaba vedado ese esparcimiento, al menos en Fabero, donde Iglesias surtía el alquiler en los años sesenta, cuando el busín, ese camión con filas de asientos de madera y un toldo en la caja transportaba a los mineros habitantes en otros pueblos. Pertenecía a Afsa.

Con la adolescencia entró en mi casa por vez primera una ilusionante BH verde, gracias a Fernando, mi hermano, la cual le había tocado en una tómbola en la hoy volada fiesta del 18 de julio. Él, nada egoísta nunca, pensando en mí, la escogió de mujer. Así podíamos pedalear ambos. Luego vendrían otras pocas. Total, cuando la vi actuaba la noche, estaba durmiendo. Mi hermano como mayor que yo había ido a la verbena. Fue tanta la emoción, la alegría que mi rostro se convirtió en un combinado de luces y lágrimas. Al día siguiente la estrené con gran gozo y mucha precaución dado mis escasos conocimientos, procurando parar donde caminaban amigas mías y así proporcionarles una pequeña envidia o maldad.

Como hoy me he propuesto hablar sobre las bicis, proseguimos. Las actuales son cómodas a rabiar, anatómicas y diversificadas. Las conoce todo el mundo. Desde los peques hasta los ancianos, incluso algunos ayuntamientos urbanos las proporcionan desinteresadamente, sin construir, por lo común, un carril bici conscientes de sus propiedades bienhechoras para reforzar, airear o sanear músculos, voluntades y pensamientos.

Interesante el mundo de las bicicletas, tanto que a menudo se convierten en motivo central o tangencial en la literatura. En mi favor acuden el áspero, por no decir grosero, llamado Fernando Fernán Gómez –«¡A la mierda!, ¡a la mierda!»– con ‘Las bicicletas son para el verano’, vamos, para el verano y todas las estaciones, el ingenioso, de sutil y atrapante humor Antonio Pereira con su cuento ‘La Orbea del coadjutor’ y el extraordinario Premio Nacional de Poesía y de la Crítica Juan Carlos Mestre con ese bello poemario homenaje al luminoso hacedor de pan que fue su propio padre y a los habitantes sin par de la ‘república de los borrados’, ‘La bicicleta del panadero’.

Mas no queda aquí el asunto. Muchos son los países que utilizan tal vehículo a diario. Baste con nombrar a Japón, Bélgica, Noruega, China o Alemania. No me dejarán por mentirosa. Son mis estupendos fedatarios.

Mi BH verde permanece intocable en mi cabeza. La venero. Hoy existen tantas, tan buenas y con prontitud usadas que parece que todos queremos ir para Indurain o el de Pinto, Contador, o el mismo Perico Delgado detrás de los micrófonos. El Tourmalet, el Angliru y las 3 Cimas de Lavaredo no están para cualquiera.

Ah, ojo los ciclistas con el tráfico. Ojo igual los peatones con los ciclistas. Muchos se suben a las aceras a atropellar caminantes si no que se lo pregunten a mi amiga Carmen Morala.
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