Bicicleta, peseta y manzana

26/04/2024
 Actualizado a 26/04/2024
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Un libro es una especie de pasaporte a un lugar ajeno que se va haciendo tuyo con el pasar de las líneas. El tiempo en esa realidad metafísica de ‘La Biblioteca de Babel’ no se divide en horas, minutos y segundos, sino en páginas, párrafos y palabras. Un libro es una puesta de largo de un ingenio sin medida que se plasma humilde entre capítulos. Un reflejo de territorios imaginativos que sólo son abarcables para el escritor, que cede generoso su realidad al lector. En esta tierra –así concluyo del discurso del último Cervantes–, es una amalgama de todas las pequeñas muestras de nuestra tradición oral. Y, con esta última acepción, no me parece tan distinto un libro de una abuela.

A la mía, Lola, hay que escucharla y, de vez en cuando, preguntar. Igual que un libro hay que leerlo y adivinar las cuestiones que, sin saberlo, va respondiendo en su trayecto hacia el final. El ejemplar me hace viajar a espacios ficticios o reales relatados con la maestría del narrador. Mientras, Lola me narra sus vivencias de niña, las anécdotas con sus hermanos o cómo conoció a mi abuelo. Relata orgullosa que fue «gobernanta» en el botiquín de Alinos; allí vivía la pareja con una niña que, más tarde, se convirtió en mi madre. Hace saltos en una novela a varios tiempos donde el final –me parece– soy yo. Y me explica una buena nueva al acercarse a la consulta y acertar en las palabras que el neurólogo le exige recordar: bicicleta, manzana y peseta.

Y ni una confesión epistolar de consecuencias inciertas supone un rasguño a la felicidad de mi abuela –ni a la mía– por recordar esas palabras. Las noticias de un presidente taciturno no importunan la tranquilidad del niño que juega, del padre que se relaja, de los pájaros que trinan o las familias que celebran que su mayor haya mencionado bien la bicicleta, la manzana y la peseta requeridas, en una garantía de que podrán seguir disfrutando de sus historias como de un buen texto. A sabiendas de que, por el momento, esa anciana seguirá siendo un libro abierto, como los ejemplares que se terminan pero quedan grabados a fuego en alguna parte de uno mismo.

Al final, no es tan distinto leer un libro de escuchar a una abuela. Las dos son formas de percibir y comprender la vida.
 

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