15/04/2023
 Actualizado a 15/04/2023
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Mucho se habla en los últimos años de los progresos de las mujeres en la sociedad, de todos los logros y derechos conseguidos y de los que aún nos quedan por conquistar, de la llamada «revolución femenina”». En el fondo todos sabemos que este siglo XXI será el siglo de las mujeres o no será, pero en mi opinión, la gran revolución de nuestra época pasa por la propia concepción que las mujeres y los hombres poseemos sobre nosotros mismos en la madurez e incluso en la senectud.

Hasta hace pocos años e incluso en la actualidad, aún hay personas que, viendo a una mujer madura con sus arrugas a la intemperie y el pelo sin teñir, canas al aire por voluntad propia, exclaman el consabido: «¡Qué vieja está!», pero por fortuna somos ya mayoría los que vemos mucha belleza en esas sienes plateadas y en esos surcos sin disimular que no son más que hermosas huellas que el tiempo deja, señal de lo vivido. Hemos llegado a la cumbre o nos acercamos a ella, con el mérito que eso conlleva. Transitamos un otoño esplendoroso que no puede sino hacernos sentir orgullosas del camino recorrido.

La menopausia, sí, la menopausia, esa palabra que parece tabú, casi resulta una bendición. Sería positivo hablar con naturalidad de los sofocos, el insomnio o los cambios de humor en esta transición que es parte de la vida y que debemos asumir como un triunfo. Cuidar mente y cuerpo sin sufrir en exceso. Disfrutar a pierna suelta de esa sabiduría que solo la experiencia otorga. A partir de los 50 todo está más claro. Sabemos lo que queremos y desdeñamos sin ñáñaras lo que no nos importa.

La actriz Andie MacDowell la semana pasada tras cumplir 65 años declaraba: «Quiero ser vieja. Me he cansado de querer parecer joven. No quiero ser joven, ya he sido joven. Y ser una persona mayor que intenta ser joven es un gran esfuerzo». Y un esfuerzo ridículo, podríamos decir, pues cuanto más fingimos, más absurdas y mayores parecemos. Olé por ella.
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