17/12/2022
 Actualizado a 17/12/2022
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«La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado», decía García Márquez. Es cierto, el ser humano tiende a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, tendemos a idealizar lo vivido.

Ahora que se acerca el final de un año más, como en la canción de Mecano, la mente, a veces traicionera y engañosa, nos empuja como un martillo a un clavo a hacer balances. ¿Qué ha supuesto 2022 en mi vida? ¿Ha mejorado mi situación? ¿Estoy más sano o más enfermo? ¿Más irresistible o más «trapo viejo»? ¿He tenido éxito o podría decirse que los pódiums me dan alergia? ¿Más rico o empobrecido? No caigan en esta trampa. Las comparaciones son odiosas, sin duda alguna. Cada año tiene sus coordenadas, sus decorados, sus puntos de partida, sus horizontes y sus abismos. No somos estadísticas. Todo es relativo.

Solo importa seguir respirando, buscar respuestas en lugares idóneos. Salvaguardar la esperanza como un tesoro intacto, acariciar la pasión, lo imperdible, la llama que nos mantiene vivos. Alimentar la voluntad que nos empuja a ser mejores, a crecer como personas, a ser cada año más y más humanos. Pareciera ser una cualidad que nos viene dada «de serie», posiblemente un bien congénito, pero la vida, a veces, hace que la perdamos por el camino.

Si miramos hacia el pasado diciembre, podemos concluir que por fortuna el covid se ha esfumado, ya nadie habla de virus y pandemias, hay otras prioridades, como sobrevivir en medio de esta inflación, ahuyentar guerras lejanas, conservar lo que nos permite sentirnos parte del universo. Hay un proverbio ruso que dice: «Añorar el pasado es correr tras el viento». Y ya saben que el viento, por naturaleza, se lo lleva todo. No nos dejemos llevar por cierzos inútiles. Nada cambiará la trayectoria de los relojes. Miremos siempre hacia el futuro. Si hay vida, hay horizonte.
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