11/12/2023
 Actualizado a 11/12/2023
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Decía Herman Hesse: «La juventud acaba cuando el egoísmo lo hace». Por lo que, según el razonamiento del Nobel alemán, la madurez comienza cuando uno empieza a vivir menos para uno mismo y más para los demás.

Es una evidencia empírica que la autoridad de padres, profesores, policías, médicos e incluso jueces, unido al desprecio por el político..., ¡si no es de nuestra cuerda!, se está poniendo en cuestión día a día en una sociedad donde los roles se confunden.

No se trata de repudiar el respeto impuesto por unos padres, excesivamente escorados hacia el totalitarismo, pero tal vez no hemos sabido encontrar el equilibrio entre la observancia de unas normas estrictas y una permisividad que lleve al niño a quedarse sin soportes ni guías a las que asirse, en esta especie de jungla libertaria por la que transitan nuestros pequeños, y sin que nadie les ponga más freno que la compra del último modelo de móvil o «consola», unido al desmadre en el restaurante o centro comercial al que los llevamos, como si fueran grandes santuarios panhelénicos…, una liturgia con escasas posibilidades de formación.

Como referencia histórica observamos en el Derecho Romano la auctoritas, autoridad social intangible ligada a la reputación y al estatus, puesta de manifiesto en el hogar romano donde sobresalía el imperio absolutista del padre: el paterfamilias.

Ese planteamiento de respeto a una autoridad, o la aceptación de una norma no escrita, consuetudinaria, ya ha pasado a mejor vida y su vigencia está muy desfasada, puesto que tan solo ha quedado para el recuerdo y como mucho la nostalgia.

Apunta, con acierto, el juez don Emilio Calatayud: «Los niños tienen derecho a ser castigados cuando tienen mala conducta. Si les privamos de ese «derecho» tendrán muchas más posibilidades de estrellarse contra la vida. Consentir todo a los hijos no es amor, no, es un error». Salud.

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