29/11/2023
 Actualizado a 29/11/2023
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Cuando se encuentra de turno, siempre que vamos a la Biblioteca Pública, nos aborda y conversamos con uno de sus trabajadores, siempre cordial, una cordialidad con la que posiblemente aborda la vida (se desplaza en bicicleta, lo cual ya es un síntoma positivo) y, desde luego, se halla en todo lo que crea. Hablamos de Francisco (Paco) Romo, que tiene unas gotas de sangre andaluza, que, acaso, expliquen esa cordialidad de la que hablamos.


Pues bien, aparte de bibliotecario, Francisco Romo es un artista plástico con no pocas singularidades. Y con una iconografía tan personal y distinguible en todo lo que pinta, que no es difícil detectar su arte.


A lo largo de todo este otoño, desde los últimos días de octubre hasta finales de noviembre, expone treinta y cinco cuadros, en el Claustro Abierto Capuchinos (convento de San Francisco de León), que podríamos interpretar como variaciones sobre un mismo motivo.


El artista adopta, a la hora de elegir los materiales para su creación, haciendo honor a su propio nombre, una actitud franciscana. Crea con materiales reciclados que encuentra en la calle: tablas de aglomerado, ‘ocumen’, cartón o cartón pluma. Y pinta con esmalte sintético. Advertimos, aquí, una actitud respetuosa con el mundo, consistente en recoger y rescatar materiales de desecho, para crear con ellos, dignificándolos, en un momento en el que sufre tantas profanaciones.


Pero también hay, en esta obra pictórica de Paco Romo, una actitud respetuosa con la creación plástica. Estamos siempre ante una pintura esencializada. El espacio del cuadro es un cielo, un cosmos de fondo, y, en primer plano, trazados con una delgadez, con una delicadeza que sobrecoge, unas flores o uno o varios árboles desnudos, no pocas veces como inclinados y desgarrados.


Sus cromatismos varían en cada cuadro, pero nos producen siempre, en la contemplación, sensaciones psíquicas. Como también, cuando siente necesidad de utilizarlas, esas frases que se estampan en el lienzo, siempre mensajes emotivos, destinados al alma, como también los de los títulos. «Que sea eterno lo que te hace bien». «Comienza donde estés, utiliza lo que tengas». «La vida no es justa, acostúmbrate». O, en un oxímoron muy expresivo, «Imperfecta perfección».


Flores y árboles, como ofrecidos, ante cielos no pocas veces como borrascosos. La vida en la intemperie. Utiliza el artista esa técnica del ‘esfumato’, difuminando límites, pues todo se halla diluido, inmerso en todo.


Esos árboles desgarrados, inclinados («No me gustan los árboles rectos») nos llevan al mundo de ‘Esperando a Godot’, de Samuel Beckett, donde Estragón y Vladimir, en medio de ninguna parte, esperan, junto a un árbol seco y desgarrado, a ese Dios escondido, que nunca llega.


Pero el arte de Francisco Romo sí nos llega. Es un arte cordial, que el artista expone para todos, como medio de ofrecernos una belleza que trata de dignificar el mundo.

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