21/01/2023
 Actualizado a 21/01/2023
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Hace unos días llamó mi atención un artículo publicado en un diario nacional y firmado por la periodista Rita Abundancia en la sección ‘Estilo de vida’, que se preguntaba por qué parejas jóvenes y sin aparentes problemas estaban dejando de tener relaciones sexuales.

La falta de deseo siempre había sido motivo de consulta por parte de parejas mayores, digamos que hombres y mujeres en torno a los 60, pero ahora acuden a terapia parejas de veinte y treinta años, es decir, personas en plena madurez sexual. Cuando el cuerpo debería estar pidiendo guerra, ellos se preocupan más por otras cosas. Sobre todo ellos, porque ellas reclaman más atención y esto podría acarrear consecuencias muy negativas de cara al futuro a estas historias de amor ya no tan privadas.

Los psicólogos dicen que el exceso de información que ahora ingerimos determina que surjan problemas donde no debería haberlos. Y no deja de ser contradictorio el hecho de estar viviendo en una sociedad hipersexualizada de boquilla, porque mucho se habla y se analiza, pero se experimenta poco.

Creo que los llamados ‘expertos’ podrán decir misa y psicoanalizar a fondo las causas de esta apatía, pero con el sexo está ocurriendo lo mismo que con la cultura, las conversaciones o el deporte: estamos anestesiados por las pantallas y en eso aciertan los comentarios aportados por los lectores. La adicción a la tecnología nos ha atrofiado los receptores de estímulos. Un grupo de jóvenes se sienta en un banco del Louvre ante un cuadro de Rembrandt para ver vídeos en el móvil a pesar de estar ante una gran obra de arte. Es lo mismo, se ha anulado nuestra capacidad para asombrarnos ante lo extraordinario. Es como si las pantallas nos hubiesen abducido y exigiesen de nosotros una atención constante. No conseguimos desconectar y postergamos lo esencial. Somos incapaces de romper con las redes. Si hubiese un apagón generalizado nuestras vidas penderían de un hilo.
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