30/07/2023
 Actualizado a 30/07/2023
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Tiene el amor unas características tales, que permite establecer entre él y la religión, sino un nexo forzoso, sí, por lo menos, un paralelismo accidental. El estado de conciencia de un amante posee muchos elementos comunes con las vivencias del devoto. Los dos estados se caracterizan por una extraordinaria riqueza de ingredientes sentimentales, y en las formas superiores de uno y otro se nota que ambos están subrayados por este común denominador: pasión e irracionalidad. Apenas asoma el más débil factor intelectual, es anulado por la fuerza avasalladora que la zona de los sentimientos irradia. ¡Cuán frecuente uso hace el místico devoto de la palabra ‘amor’, y cuánta complacencia pone en su expresión cuando emplea vocablos como ‘amante’, ‘esposa’, ‘unión’ y otros de indudable intención devota!

Sigamos apurando el paralelismo, Nos enamoramos de una mujer, como nos sentimos creyentes de los divino, sin saber por qué. Diríase que a pesar nuestro, puesto que ninguna actividad hemos desarrollado para tomar parte en esta relación sentimental en la cual nos encontramos profundamente incluidos. Creemos en el objeto divino y en el objeto amado, sin haberlo sometido a ninguna prueba intelectual ni habernos planteado el problema de si merece o no que a él nos entreguemos. Y, sin embargo, tan completa es la entrega, que en todo momento nos hallamos hacia aquello que hace vibrar de anhelos nuestro corazón.

El enamorado se siente cautivo de su amada, encontrando en ella los encantos que los demás hombres no ven, porque la actitud de éstos es reflexiva y crítica, como de espectadores serenos, esto es, de sujetos cuya personalidad no ha perdido el control de sí misma.

Ningún argumento logrará convencerlo de que debe dejar de amar a su amada; antes bien, todo razonamiento empleado para tal fin se traducirá en mayor apetencia hacia ella. Igualmente acontece con el hombre embargado por la pasión religiosa, como lo demuestra la actitud de los mártires,

Todo sentido crítico ha desaparecido, pues, del individuo enamorado. Cree ciegamente en el objeto de su amor, al igual que el creyente religioso, sin admitir ni remotamente la posibilidad de que sea sólo una ilusión, Esto último es lo que mayor vínculo establece entre el enamorado –ente tomado por el amor–, y el devoto –ente tomado por el sentimiento de lo divino–. Es inútil pretender convencer a uno y otro de que adopten una postura crítica que rectifique o confirme la situación a que han llegado. Amar y creer tienen, pues, una gran copia de elementos comunes.

Por lo que respecta a la expresión verbal en que se vierten los respectivos sentimiento de lo profano y de lo religioso, todos los amantes manejan, poco más o menos, iguales palabras en los momentos de más intensa relación con su amada. Salvando pequeñas diferencias léxicas, producto de la escala intelectual de cada cual, el idioma que el enamorado emplea en estos casos se limita a esa docena de vocablos, siempre los mismos, aunque constantemente remozado por la emoción eternamente joven de quien los pronuncia.

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