12/12/2023
 Actualizado a 12/12/2023
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Disculpe el paciente lector por el título de esta columna, pero no pretendemos hacer publicidad del conocido turrón, sino manifestar que siempre nos ha enternecido su vuelta a casa por Navidad. Y es que en la Navidad parece que todo cambia, que todo es diferente. Hay razones más que suficientes para ello. El nacimiento de un niño que cambió la historia de la humanidad no puede dejarnos indiferentes. Aun los ateos tienen que hacer necesariamente referencia a él cada vez que mencionan el año en que estamos, pues lleva implícita la coletilla «después de Cristo».

Lo triste y paradójico es que ahora se pretende celebrar la navidad sin referencia alguna a él. Baste como ejemplo el concurso de postales navideñas en un instituto, una de cuyas condiciones era que no hicieran referencia alguna a Jesús o a la religión cristiana. Además del sectarismo que entraña semejante decisión, es una forma espléndida de hacer el ridículo. Pero otro tanto se podría decir muchos adornos navideños que nada tienen que ver con el acontecimiento que se celebra. Quizá por esto ha llamado poderosamente la atención el reciente mensaje de la Presidenta de la Comunidad de Madrid al inaugurar el Belén de la Real Casa de Correos. No se avergonzó de hacer referencia al verdadero sentido de la Navidad, al humanismo cristiano que fundamenta nuestra democracia… al Niño Dios, al mensaje de Jesús. Contrasta con el miedo o cobardía de otros políticos incapaces de reconocer que las verdaderas raíces de lo mejor que ha tenido Europa se deben al cristianismo. Muchos se esfuerzan ahora en arrancar estas raíces.

Recientemente se ha publicado la foto de un transeúnte de los que duermen en los soportales con un cartel que decía: «En Navidad cambia todo, menos vosotros». Tomar en serio la Navidad no es cosa de unos días al año, sino que debería ser un compromiso continuo de llevar a la práctica los ejemplos y enseñanzas del niño que nació en Belén y que muchos aceptamos como el Niño Dios. Herodes quería matarlo antes y otros quieren matarlo ahora. En realidad en cada niño asesinado, dentro o fuera de la madre, también se está asesinando al Niño Dios. 

Entre tanto, mientras que los peces en el río beben y vuelven a beber, aún nos falta mucho para que se cumplan los deseos de la canción que resonaba en los montes de Belén: «Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad». Lo malo es que también hay hombres de «mala voluntad», pero hoy hacemos una tregua y no vamos a hablar de ellos.

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