Adiós, Torneros, adiós…

Aunque el título de esta breve columna no lo exprese así, lo cierto es que en mi cabeza suena más bien como una interrogación. Es la permanente duda sobre el carácter de los leoneses y leonesas y sobre su infinita capacidad para soportar desprecios, mentiras y tropelías varias, y sobre cuál es ese pequeño clic que hacer saltar el resorte de su indignación y de la rebelión contra el prejuicio tan ampliamente establecido en el pensamiento político de la nación que lleva tan repetidamente a ignorarlos.

Hace casi un año llenaron de rabia las calles de León, Ponferrada y La Robla y, al calor del carrusel de elecciones, parecía que, esta vez sí, los prebostes habían entendido que no se podían permitir seguir actuando como si esta parte del noroeste de España no existiera, insensibles a la pena de exilio económico a la que durante décadas han condenado a miles y miles de personas. Durante semanas los periódicos se llenaron de titulares sobre nuevos proyectos, o sobre el desbloqueo de aquellos que tanta tinta han consumido.

Luego, aprovechando ese ‘impasse’ político que la conformación del nuevo gobierno y los sofocos estivales trajeron, el calor se convirtió en tibieza, y hasta un ministro se atrevió sugerir que la Plataforma Multimodal de Torneros dependía de las demandas de las empresas, algo que no se cree ni el más tonto de este pueblo.

Y ha sido con el otoño, mientras el ambiente se enfriaba cada día más, cuando los planes tejidos los últimos meses comienzan a tomar cuerpo y ya se atreven a hablar de una Plataforma en la misma ciudad de siempre, que lógicamente pone a Torneros más cerca de la lista de esas cosas que pudieron ser y nunca fueron que de cualquier otra.

Con el tiempo que llevamos hablando de transiciones justas, la verdad es que aquí siempre hay la misma: la que desde la indignación lleva a ese momento en que nuestras reivindicaciones se convierten en puras nostalgias. Porque esa justamente es la única transición que tienen en cuenta.