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A enmendarse, cabrones

03/01/2022
 Actualizado a 03/01/2022
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¡Año nuevo, vida nueva! Gritaba, borracho, Esteban Piñón, apoyado en su desvencijada bicicleta, en aquel su Vidanes natal, allá por los años cincuenta, la fría madrugada que prolongaba la Nochevieja. ¡Año nuevo, vida nueva¡ ¡A enmendarse, cabrones! Repetía una y otra vez mientras trataba de localizar su casa, con aquel corredor largo, en la que le aguardaba su anciana madre para cenar sopas de ajo.

Para aquel niño, que era el cronista, que había venido al mundo durante la batalla de Stalingrado, la mayor mortandad de la historia del horror universal provocada por la especie humana, metido ya en la cama en aquella casa frontera a la del mozo viejo, soltero y entero, que ahora daba voces en medio del relente. La sentencia aquella queda en el recuerdo como un hito postrimero de un mundo que la mayoría de ustedes ya no conocieron.

¿Sería que Estebones, como se le llamaba, les estaba diciendo la verdad a todos sus convecinos y por eso nadie se atrevía a llamarle la atención? Y, después de muchas veces de escuchar la cantinela, aquel niño que era el cronista se atrevía a entreabrir la ventana temiendo verlo caído allí, frente a la casona de los Sosa, donde naciera el Padre Isla en 1.723 y viviera los tres primeros años antes de que sus padres lo llevaran a Valderas, donde aprendió todos los ríos, montes y mares de la tierra, y a reírse hasta de su sombra.

El cronista también zarpará un día lejos. Pero nunca ha dejado de oír, en esa madrugada de ‘chupiteles’ en los aleros, aquella rugosa voz de Estebones, y la de su madre amenazándole con echarle las sopas de ajo a los gochos si no dejaba de dar guerra. ¡A enmendarse cabrones! ¡Año nuevo, vida nueva! Ya me callo, madre, que vengo ‘hambriado’. Y borracho.

«Los cobardes mueren cada 15 días y los valientes el día que les toca» escribe R. Chirbes en sus memorias (pág: 166) Pero los ingenuos ni siquiera se plantean ese escenario. ¿Pero, qué era lo que sabía Esteban Piñón de los demás para atreverse a recriminárselo y sin que interviniera la guardia civil que vivía enfrente? Aunque, recién terminada una guerra, bien fácil es de imaginar quiénes eran los cobardes y quiénes los valientes.

La casona de los Sosa terminó ardiendo y sus enseres y libros desparramados; la guardia civil fue trasladada al nuevo edificio cerca del río; y un poco más allá, cerca del puente de Modino sobre el Astura, en la casa nueva de adobes, fabricados en familia, el cronista sigue escuchando: ¡Año nuevo, vida nueva¡ ¡A enmendarse, cabrones¡
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